Difícil adivinar lo que pasa por la mente de un asesino. Tendríamos que adentrarnos en su interior para poder comprenderlo...si que es que ésto es posible.

Los Asesinatos Del Cuatro Vientos

Posted by Unknown On lunes, 22 de marzo de 2010 7 comentarios

(Maqueta del Brequet-XIX-superbidón Cuatro Vientos y Collar y Barberán subiendo al avión en Madrid)

El día 10 de Junio de 1933, a las 4:35 a.m., despegó del aeropuerto de Tablada, en Sevilla, el prometedor y formidable (según la prensa) avión Cuatro Vientos, tripulado por dos pilotos extraordinarios: Mariano Barberán y Joaquín Collar Serra, con la pretensión de atravesar el Atlántico Central (Sevilla-Camaguey-La Habana-Ciudad de México).

(Capitán. D. Mariano Barberán Trós de Ilarduya)

Mariano Barberán Nació en Guadalajara, en 1895. Ingresó en la academia militar de Ingenieros en 1910 y en 1916 construía carreteras en Marruecos. En 1919 se hizo observador de aeroplanos y en 1923 logró el título de piloto.
Estudió topografía y hacía experimentos con aparatos eléctricos así como estudios de navegación aérea con ondas radioeléctricas. Se arriesgaba la vida volando y soñaba con hacer un vuelo trasatlántico hacia América.


 (Teniente. D. Joaquín Collar Sierra)

Joaquín Collar Serra nació en Figueras, en 1907, era profesor de la Escuela de Caza de Alcalá, y había alcanzado gran notoriedad en la sublevación republicana del Aeródromo de Cuatro Vientos. Había estado destinado en el Sahara en 1930, y era un extraordinario cazador y tirador.

Después de cuarenta horas de vuelo, y de haber recorrido unos 8.000 kilómetros, aterrizaron en Camagüey, habiendo vencido los 6.300 kilómetros del Atlántico Central, la ruta más difícil que tardaría tiempo en ser superada nuevamente. Un día después La Habana les tributó un rendimiento grandioso.

El 20 de Junio despegaron hacia México DF. Llovía pero la climatología no era desfavorable para la navegación. El plan de Barberán era atravesar los 120 kilómetros del estrecho de Yucatán y hacer la mayor parte del recorrido siguiendo el trazado del ferrocarril hasta México DF, según declaraciones que hizo en La Habana al mecánico Modesto Madariaga, mientras le revisaba el avión y reparaba el depósito grande, que sufría alguna pérdida.
(Ambos pilotos con sus monos de trabajo en el aeropuerto de Tablada horas antes de emprender el viaje)

Por lo que hoy se sabe, el problema que se les presentó fue que nadie les había hablado de que existían dos vías de ferrocarril y siguieron la equivocada. Pasaron por Dzitás a las 8:50, por Ticul a las 9:10, por Chapotón a las 9:55, por Carmen a la 10:45, por Villahermosa a las 11:35. Allí se cruzaron con el avión de la Pan Am, cuyos tripulantes le vieron volar a gran velocidad hacia el sur.
Barberán abandonó la vía férrea para evitarse las mil revueltas que necesitaba el ferrocarril para salvar aquella orografía tan escabrosa y penetró en el valle de la Cuacamaya, cuya humedad produce profundas nieblas. El aparato debió rozar las copas de los árboles y tuvo que efectuar un aterrizaje forzado. Diversos testigos le vieron descender “como si quisiera aterrizar entre la lluvia”.
El depósito del avión era la pieza más delicada, pues al formar parte del fuselaje debía absorber los esfuerzos correspondientes en los momentos más críticos: los despegues y los aterrizajes. Por tanto, si el avión tuvo una pérdida de combustible, o si chocó con las copas de los árboles y tuvo que hacer un aterrizaje forzoso, la mesa de navegación debió de resultar fatal para Barberán, que debió de resultar con una pierna rota.
Collar, desorientado y en medio de una naturaleza hostil y con su compañero herido, debió sentirse aliviado cuando se acercaron varios indios.

Lo que viene después son conjeturas. Quizás les ofreció dinero para que les ayudaran, quizás los nativos se los llevaron a su cabaña y allí resolvieron matarles o los asesinaron allí mismo para robarles. Luego arrojarían los cadáveres y restos del avión a una sima, y para disimular el asesinato tuvieron la astucia de lanzar al río Tonto, de fuerte corriente, una cámara salvavidas que apareció dieciocho días más tarde en la costa.

Según parece, lo primero que codiciarían los indios serían las botas de los aviadores, pues en aquella zona selvática de México morían dos millares de personas al año a causa de mordedura de serpiente, por lo tanto, unas botas podían valer una vida.
Pero los pilotos tenían otras pertenencias: uno de los asesinos, Bonifacio Carrera, fue visto con un reloj de pulsera y en un carnaval lució una cazadora y casco de cuero. Según otros testimonios posteriores, Carrera cambiaba en Córdoba, cabecera de la comarca, cantidades de dólares e incluso su madre pagó algún servicio en esa moneda. Por esas razones, otros ladrones torturaron a su esposa para que confesara dónde escondía el dinero.
(Collar y Barberán recibiendo un homenaje en La Habana el 18 de junio de 1933)

Tiempo después, Julio Díaz, hacendado de origen español, recibió la visita de Crescencia Reyes, que, por razones desconocidas, le reveló el crimen. Julio Díaz envió la información a la revista Hoy, entonces la más prestigiosa de México. Dicha revista envió un equipo de periodistas y a otros del diario Excelsior a la zona, junto con un hombre de la zona para que actuara de traductor del mixteca. Obtuvieron las declaraciones de varios indios, quienes confirmaron que Barberán y Collar fueron asesinados. El móvil había sido la codicia, pues ignoraban que la recompensa por hallarlos era mayor que el botín que pudieron robarles.
Cuando los periodistas se dirigían hacia el lugar donde los dos pilotos habían sido asesinados, Julio Avendaño, cacique de la zona y antiguo oficial de la revolución mexicana se lo impidió retirándoles las escoltas para que se expusieran a los peligros de la selva y para evitar el interrogatorio. Aún así pudieron interrogarlos y hacer un detallado atestado sobre el suceso:

El señor Antonio Avendaño Alva, vecino de los lugares dónde aconteció el suceso, declaró que entre las 13 0 14 horas del día 20 de Julio de 1933, estando comiendo en su casa, oyó el ruido del motor de un avión y salió al patio a verlo con su familia, dándose cuenta de que venía como de Tabasco con rumbo hacia Córdoba o Veracruz.
Intentaron dirigirse hacia el lugar en que los pilotos habían sido enterrados, pero dado que el territorio era peligroso y habitual de asesinos y ladrones, decidieron regresar y denunciar los hechos a la policía, que se desplazó al lugar de los hechos. Encontraron las aldeas desiertas, pues los habitantes se habían refugiado en el rancho del cacique Avendaño para evitar el interrogatorio policial y la confesión del crimen. Aún así dos inspectores lograron interrogarlos y hacer un detallado atestado de lo ocurrido que enviaron al procurador de la República el 24 de Octubre de 1941:
En el atestado figuran testimonios concluyentes sobre el crimen del que se extraen los siguientes:
El 20 de Junio de 1933 desaparece el avión Cuatro Vientos cuando efectuaba un viaje de buena voluntad de España a México.
Los hechos en los que se practican las diligencias se encuentra sobre la ruta que seguía dicho avión en su trayecto hacia México DF, y sobre estos lugares fue buscado el aeroplano empeñosamente, a raíz de los hechos, además de que los restos del aparato aún yacen en estos contornos, según se dice por los testigos que a continuación se expresan.

El señor Antonio Avendaño Alva, vecino de los mismos lugares donde aconteció la tragedia, declaró que entre las 13 o 14 horas del día 20 de Julio de 1933, estando comiendo en su casa, oyó el ruido del motor de un avión y salió al patio a verlo con su familia, dándose cuenta de que venía como de Tabasco con rumbo a Córdoba o Veracruz.
(Avión breguet xix Cuatro Vientos)

El testigo Sixto Carrera Aquino oyó decir a Luis Rico, que estando un domingo platicando la madre de Bonifacio Carrera con el mencionado Rico y la esposa de éste, se acercaron los mozos que trabajaban a su cargo a pedir la liquidación del sueldo devengado; la señora para pagarles, sacó un fajo de billetes y extrañado Luis Rico recibió un ofrecimiento de la misma señora, de ayudarlo a hacer su rancho, porque afirmó la mujer, que se había encontrado muchos billetes en una petaquilla de los aviadores que tripulaban el avión que había caído ahí cerca; que la misma madre de Bonifacio Carrera afirmó que un día había pasado un avión muy bajo, casi rozando los árboles, y que tras algunas vueltas había caído, por lo que Bonifacio Carrera llevó a su casa a los aviadores y les dio muerte, indicando la misma señora que las víctimas traían dos pistolas, dos relojes, dos anillos y dos petacas, una de las cuales estaba llenas de billetes de banco.
(Pistola de Barberán localizada en 2001)

El testigo Maximiano Acosta Olivares dijo: que sobre la pérdida del avión Cuatro Vientos en el punto de La Guacamaya, cercano a Matzotzongo, le consta por haber vivido en un punto denominado Teconapa, que un individuo de nombre Agustín Reyes que trabajaba en la Guacamaya, le dijo que el aparato había caído cerca del último lugar, y que allí fueron Bonifacio Carrera, Paula Carrera, Luis Rico, la mujer de éste, Reynaldo Palancares y los dos hijos del primero, Raúl y Eduardo, mataron a los aviadores, los cuales traían muchos billetes de banco y monedas de oro, habiéndolos despojados de dos anillos, dos relojes de pulsera, una petaquilla de viaje y dos pistolas y otros objetos de valor, destruyendo después el avión; y que como Agustín Reyes se disgustó por no haber recibido una porción equitativa del dinero, narró lo acontecido.

El testigo Juan García dijo: que habiendo ido hace tras años a trabajar en los terrenos de la Guacamaya, platicó con Luis Rico que le dijo que su suegra le contó que había caído el avión muy cerca de su rancho y que ella le había dado dinero a Rico. Declaró el testigo que a un señor apellidado Cervantes Ayala, de Matzotzongo, le platicó rico que el avión se había caído en terrenos de la Guacamaya y que su suegra le había dado dinero para que trabajara.

Desafortunadamente, en el otoño de 1941 los hechos habían prescrito y el momento político no era el propicio para difundir los acontecimientos, por lo que las autoridades optaron por echar tierra sobre el asunto.

En 1982, el general Gregorio Guerrero volvió a interesarse por el caso y organizó una expedición militar mexicana interrogando de nuevo a los supervivientes de los hechos y a todos los testigos, con la única excepción de Bonifacio Carrera. El alcalde de Matzotzongo incluyó una certificación en el mismo sentido. Informaciones recientes aseguran que Carrera también confesó el crimen que cometiera medio siglo antes.

En 1995, el alcalde de la Guacamaya daba fe de la investigación de un grupo privado en una cueva situada en un acantilado: “se encontró mucho material de tipo mecánico no existente en el lugar, y abajo del fierro oxidado, hueso aparentemente humano, dado la profundidad que se encontraban aproximadamente de dos o tres metros.
Una de las piezas localizadas concuerda con una foto de dicho avión. El fierro se encuentra aparentemente quemado y derretido, pero logra apreciarse que fueron parte de una estructura”.

Sin embargo, en 2003, una expedición española gastó mucho dinero y recursos de la Marina Mexicana sin encontrar nada.

Por tanto, aunque se conoce el infortunio del Cuatro Vientos, pervive el misterio de sus restos.


Fuente de Datos:
*Texto Juan Manuel Riesgo – La Aventura de la Historia

El Asesinato Del Gobernador De Burgos (II)

Posted by Unknown On miércoles, 10 de marzo de 2010 0 comentarios

(Capilla Del Condestable)

Tras el asesinato fue detenido un gran número de personas (según algunos hasta 140), entre los que se encontraban varios miembros del equipo del cabildo: el deán Pedro Gutiérrez de Celis, el provisor, Jorge de Arteaga, el magistral, Manuel González Peña y otros canónigos, todos en libertad a los pocos días, con sus causas sobreseídas, lo mismo que la del arzobispo, Anastasio Rodrigo Yusto, que estuvo confinado en su palacio, aunque no caben dudas sobre la responsabilidad de todos ellos en la organización del tumulto.

Y se dieron casos curiosos, como el de los cinco seminaristas que habían sido detenidos porque el día después del asesinato habían tomado el tren de Burgos a toda prisa olvidándose de facturar sus baúles. Los cinco fueron liberados en poco tiempo.

Pero entre los detenidos se encontraban unas sesenta personas que sí fueron juzgadas en una veintena de procesos, entre ellas Dámaso San Martín, Mariano Camarero, alia El Cascorro, Blas Gil Villalmanso, Pedro Miguel Bueno, Víctor Chiribenches, Clemente Martínez Avila y Francisco Martínez Hernando. En general gente humilde, de escasos recursos y bajo nivel cultural. La mayoría de los acusados y testigos eran analfabetos y tuvieron que firmar su declaración con una cruz.


Los consejos de guerra se celebraron con tal celeridad que hace dudar de la seriedad y garantías de los procedimientos, pero los interrogatorios de acusados y testigos, los careos entre ellos, la autopsia del cadáver y los antecedentes de los acusados ofrecen informaciones útiles para iluminar asunto tan turbio.

Los testigos mencionaron a varios agitadores que vociferaban en los alrededores y en el interior de la catedral, uno de ellos, Valentín Rodrigo, capataz de las obras que el Ayuntamiento estaba realizando en El Espolón provocaba a los trabajadores con sus gritos a que se revelaran contra los actos del Gobierno, y que el gobernador quería robar las alhajas y que era menester arrastrarle y matarle. Otros testigos identificaron a un tal Chiribeches, que decía asegurando que era preciso matar al gobernador y arrastrarle dando vivas a la religión, a Dámaso San Martín, que llevaba un hacha, y a Cabrera, que llevaba los bombachos llenos de sangre. También que el alcalde intentó detener a la multitud sin conseguirlo.

Con respecto a la Guardia Civil, el testigo Vicente Prieto afirmó que “sin ofrecer resistencia alguna, dio paso a la multitud en el momento que ésta entraba furiosa en el templo a las voces de ¡viva la religión1 y ¡muera el gobernador! Otro, Gil Tovar, testificó que había visto entre la turba a Dámaso San Martín sacando un hacha de debajo del marsellés, exclamando “Donde está ese bribón que lo voy a matar”. Al tal Dámaso San Martín le incautaron un hacha en su casa, que según los testigos, era la que enarbolaba enfurecido en el momento del linchamiento, extremo que el acusado negó insistentemente durante todo el proceso, afirmando que él no estuvo en la catedral aquel día, a pesar de los numerosos testigos que lo vieron.

El testigo Vicente Prieto vio a un canónigo abriendo las puertas del claustro diciendo “Ahí dentro está”, y al poco rato sacaban al gobernador ya ensangrentado del claustro. Y a su salida vio levantarse una mano con un hacha que cayó sobre la cabeza del Gobernador Civil, que cayó por el suelo. El testigo Valentín Rodrigo afirmó que al Inspector Domingo Mendívil le desarmó un grupo de sediciosos, a cuyo frente iba un tal Jarrillas, y un joven a quién no conocía.

(Carlos VII)

Desde el comienzo, el Cabildo sostuvo que el gobernador había sido asesinado en el exterior de la catedral, en las escalinatas de la Puerta del Armental. El tema no era baladí, porque el asesinato en el interior. El tema no era baladí, porque el asesinato en el interior hubiera supuesto la profanación del templo. Para evitarlo, los canónigos no dudaron en cambiar el lugar del crimen e incluso el arma homicida, Así, en el libro de ceremonias del Cabildo se afirma que “el día 25 de Enero de 1869 a las once y media de la mañana, en el acto de ir a incautarse de los objetos científicos, artísticos y literarios de esta Santa Iglesia el Sr, Gobernador civil de Burgos, las turbas amotinadas rompieron su bastión sobre su cabeza vertiendo bastante sangre en el primer tramo del claustro y especialmente desde su puerta al cancel inmediato y escalera del Sacramental, donde le asesinaron”.

Sin embargo, algunos testigos afirmaron haber visto como un hacha o piqueta golpeaba la cabeza del gobernador en el momento de sacarlo del claustro y entrar en las naves. El testigo Vicente prieto reitera que no observó más que la mano que vio levantarse y descargar sobre el gobernador, para salir por la puerta del claustro.

El resultado de la autopsia abunda en que el arma homicida bien pudo ser un hacha, y por tanto, no quedaría duda alguna sobre el lugar del asesinato. Según el dictamen de los facultativos Hipólito Tobes y Nicanor Díaz Salazar, las lesiones situadas en las regiones de la cara y cabeza, debieron ocasionar prontamente la muerte del expresado sujeto, perdiendo antes el sentido, y causando aquella la fuerte congestión cerebral propia del carácter de las lesiones eminentemente contuso. Estas lesiones debieron ser ocasionadas por un cuerpo a la vez que contundente, de bordes algo cortantes, como bien pudo serlo un martillo por su extremo agudo, una piqueta y otro análogo, y que las demás lesiones del cuerpo y extremidades, así como las equimosis de la cara pudieron ser causadas al tiempo de ser arrastrado, que debió ser boca abajo y por la acción de algún palo sufrido anteriormente.

Por orden del gobierno, la catedral estuvo cerrada hasta el 20 de marzo, día en el que se celebró, presidido por el arzobispo, el acto de purificación del templo, en el que se lavó y limpió la sangra derramada en la iglesia, según reza el libro de ceremonias.
(Ceremonia de purificación el día 20 de marzo de 1869)

Pese a la contundencia de testimonios y pruebas, las condenas fueron leves para lo que se levaba. Unos fueron condenados a cadena perpetua (El Cascorro, que llevaba en la mano un martillo, Chiribeches, Blas Gil y Dámaso San Martín), otros a veinte años otros a diecisiete y a menos. San Martín, el operador del hacha fue condenado a morir en la garrote, pero poco después se le conmutó por cadena perpetua, indemnización a la viuda con mil escudos y a interdicción civil de por vida. Pero lo cierto es que tampoco cumplió estas penas, pues fue declarado insolvente, y en diciembre de 1871, amnistiado, con apenas los tres años de reclusión. Algo parecido pasó con el resto de los condenados.

Queda claro que, pese a la severa condena social y a las demandas de sumo rigor, hubo una falta de rigor procedimental en los consejos de guerra lo que, combinado con la influencia de la iglesia y lo revuelto de la época, puso pronto a los culpables en la calle.

La misma evolución histórica del país, con la entrada en escena de Amadeo de Saboya, cuyo primer acto oficial fue rendir homenaje al cadáver del general Prim, el hombre que había propiciado su elección, aceleraría el proceso de amnesia colectiva. Seguramente, el propio Gobernador Provisional y sus miembros, que siguieron en activo la política del país, prefirieron olvidar el malogrado decreto, que sólo había producido quebraderos de cabeza.

Sin embargo, el Gobierno estaba convencido de que el crimen de Burgos no era un caso aislado, una obra espontánea de las masas, sino que según su manifiesto del 28 de enero, se debía a la existencia de un complot de gran alcance. Igualmente el Gobierno pensaba que se trataba de una conspiración formidable, no por el número y valor de sus autores, sino por el evidente propósito de encender el fanatismo religioso, promoviendo una de esas guerras fratricidas cuyo sombrío cuadro describe con horror la historia, y de las que son episodio sucesos parecidos al de Burgos.

Igualmente fue recalcado por el nuevo gobernador civil de Burgos, Julián Zugasti, quién escribió en sus memorias: “Con afortunada sagacidad descubrí una formidable conspiración, previniendo sus desastrosos efectos”.

¿Realidad, ficción o simple pavor a la nueva situación surgida de La Gloriosa?

Quizás las investigaciones en marcha resuelvan el misterio en el que quedó sumido.

El archivo municipal de Burgos, bajo la dirección del profesor Joaquín García Andrés, ha organizado un interesante programa didáctico para que los alumnos de secundaria investiguen este asesinato de fuertes implicaciones políticas, a través de los fondos documentales y hemerográficos. Quizás ellos sean capaces de echar luz sobre este asunto. García Andrés anuncia a su vez la próxima aparición de una publicación sobre el tema.

Fuente de Datos:
*El asesinato del gobernador de Burgos – Arturo Colorado Castellary, Universidad complutense de Madrid. – La Aventura de la Historia.

El Asesinato Del Gobernador De Burgos (I)

Posted by Unknown On martes, 9 de marzo de 2010 0 comentarios

La Revolución de 1868 o La Gloriosa, también conocida como La septembrina, fue un levantamiento revolucionario español que tuvo lugar en septiembre de 1868 y supuso el destronamiento de la reina Isabel II y el inicio del período denominado Sexenio Democrático

 (Isidoro Gutiérrez, Gobernador de Burgos)
Isidoro Gutiérrez de Castro nació en Jerez de la Frontera (Cádiz), en 1824. Estudió bachiller en los escolapios, sus estudios en un colegio de los jesuitas en Inglaterra y su formación como historiador en Francia, Bélgica y Alemania, hasta su regreso a España en 1853 para ejercer de redactor jefe del Diario de Jerez. Había participado en la revolución de 1854 y ocupado diferentes cargos durante el gobierno de la Unión Liberal, no aceptando responsabilidades después de la caída de O’Donnell hasta que intervino activamente en la revolución de 1868, después de la cual fue nombrado gobernador civil de Burgos.

El día 25 de enero de 1869, a las 10 de la mañana, acompañado del inspector de Seguridad, Domingo Mendívil, y de un comisionado de Madrid, se dirigió desde su cercano palacio de la Diputación hasta la catedral, encontrándose allí con una masa de civiles que parecía estar al tanto de su visita. En el templo le estaban esperando el deán, el provisor y otros canónigos, que entablaron con él una dura discusión. El gobernador ordenó que le franquearan el acceso al archivo, situado en los claustros, y que cerraran después las puertas.
Apenas había entrado, la masa irrumpió en los claustros gritando “¡Viva la religión!, ¡Viva Carlos VII!, ¡Muera el Gobernador!”.
Queda la duda de si el canónigo tesorero olvidó cerrar la puerta o si los asaltantes rompieron la cerradura, pero el caso es que entraron, rodearon al gobernador y comenzaron a golpearlo. Ya herido lo sacaron a empellones, y en las naves del templo siguieron golpeándolo hasta dejarlo inconsciente. Después lo arrastraron a la Puerta Sacramental, en donde lo desnudaron y le cortaron las orejas, luego le ataron una faja a los pies de su cuerpo y lo arrastraron hasta una plazuela contigua, donde lo abandonaron.
La idea era colgarlo de un árbol o arrojarlo al río, pero se asustaron al verlo muerto.

 (Ataque al Gobernador)
Ante la pasividad de la Guardia Civil, las fuerzas militares y voluntarios de la Libertad se hicieron cargo del cadáver y restablecieron el orden al mismo tiempo que el gobernador militar asumía el mando de la plaza y decretaba el estado de guerra.
La noticia provocó la repulsa de la prensa y de la opinión pública. La noche siguiente, 26 de enero se produjo en Madrid una manifestación ante la Nunciatura con insultos al Papa, a la Iglesia y al clero, y vivas a la libertad de culto.
Oficialmente se atribuyó el atroz linchamiento a una acción enfurecida de las masas en respuesta al cumplimiento de una orden ministerial impuesta al gobernador en la que se le instaba a inventariar e incautar los objetos de ciencias, artes y letras del cabildo.
El crimen causó una gran sensación en toda España y tuvo connotaciones que nunca fueron totalmente aclaradas.
(Manuel Ruiz Zorrilla)
El día 1e enero de 1869, el ministro de Fomento Manuel Ruiz Zorrilla, editó un decreto por el que el Estado se incautaría de todos los Archivos, Bibliotecas, gabinetes y demás colecciones de objetos de ciencia, arte o literatura, que con cualquier nombre estuvieran a cargo de las Catedrales, Cabildos, monasterios u otras órdenes militares, con excepción de los objetos de culto y las bibliotecas de los seminarios. La medida venía aconsejada por los peligros y aislamiento que sufrían tales objetos, expuestos “al fuego del cielo, al robo a mano armada, a la estafa y a la destructora obra del tiempo y del abandono”.
Se citaban casos como las varias arrobas de riquísimos pergaminos de las bibliotecas y archivos eclesiásticos de Aragón que se habían salvado del fuego de una fábrica por 1.000 reales; de los códices de la Biblia Complutense de Cisneros, que se habían utilizado para hacer petardos y cohetes; el canje de un reloj de plata y una escopeta por un libro que había sido adquirido por el Museo Británico en 45.000 reales.
Sin embargo dicho decreto no se publicó en La Gaceta hasta el día 26, acompañado de la orden de desarrollo de 18 de enero, que marcaba el día 25 para que todos los gobernadores civiles, acompañados de un funcionario del cuerpo de Bibliotecarios, Archiveros y Anticuarios, se personasen en los edificios mencionados para proceder al inventario de los bienes y clausura de locales.
La publicación de esta normativa se retrasó porque, al parecer, el ministro trató de neutralizar la previsible reacción adversa de los clérigos y procedió con sumo sigilo, comunicándosela directamente a los gobernantes civiles para que la acción se llevara a cabo el mismo día en todo el país y pillara desprevenidos a los afectados.
Pero el ministro no contaba con el nuncio pudiera enterarse de la existencia del decreto, gracias a un cura que había sabido en la confesión de un funcionario y que sería contado a los obispos antes de entrara en vigor. La mayoría procedió a poner a buen recaudo los bienes fundamentales, pero en Burgos optaron, también, por manifestar violentamente su oposición.

La cuestión religiosa estaba al rojo vivo desde la revolución de 1868, cuando el mandato de Gobierno Provisional tomo unas medidas para socavar el poder de la iglesia y se había decretado, el 12 de octubre de 1868, la disolución y expulsión de la Compañía de Jesús; el 19 la extinción de conventos y casas de religiosas y el 6 de diciembre se derogó el fuego eclesiástico. A estas medidas se añadía el malestar general de los clérigos, que en muchos casos no recibían sus asignaciones del Estado desde hacía meses. El decreto de Ruiz Zorrilla fue la gran gota que colmó el vaso.

(El Gobierno Provisional en 1869)
Estos hechos hicieron que se formara una opinión pública sobre el gobernador civil de Burgos, en la que los clérigos vieron la encarnación del mismo demonio. No había quien no tuviera queja contra el Gobernador, no sólo los realistas y moderados, sino también los republicanos que lo odiaban a muerte, se la juraron más de una vez. Según Vicente de la Fuente, representante de la postura clerical, dice que : “A la vista de todos el Gobernador se distinguió por su impiedad y animadversión a la Iglesia y al clero, En los conventos de monjas, en que entró para exclaustrarlas, las trató de modo que hubo que ruborizarlas con frases y provocaciones inconvenientes. Se apoderó de los caudales del monasterio de las Huelgas, y lo describe entrando en la catedral, minutos antes de su asesinato, con sombrero y puro”.
Sin embargo, la imagen que de él mostraba la prensa liberal era muy distinta. El Museo Universal publicó dos semanas después de su asesinato una necrológica que lo recordaba como hombre de trato afable, simpático para todos y leal y cariñoso con sus amigos.

Tras el asesinato fue detenido un gran número de personas (según algunos hasta 140), entre los que se encontraban varios miembros del equipo del cabildo: el deán Pedro Gutiérrez de Celis, el provisor, Jorge de Arteaga, el magistral, Manuel González Peña y otros canónigos, todos en libertad a los pocos días, con sus causas sobreseídas, lo mismo que la del arzobispo, Anastasio Rodrigo Yusto, que estuvo confinado en su palacio, aunque no caben dudas sobre la responsabilidad de todos ellos en la organización del tumulto.
Y se dieron casos curiosos, como el de los cinco seminaristas que habían sido detenidos porque el día después del asesinato habían tomado el tren de Burgos a toda prisa olvidándose de facturar sus baúles. Los cinco fueron liberados en poco tiempo.
Pero entre los detenidos se encontraban unas sesenta personas que sí fueron juzgadas en una veintena de procesos, entre ellas Dámaso San Martín, Mariano Camarero, alia El Cascorro, Blas Gil Villalmanso, Pedro Miguel Bueno, Víctor Chiribenches, Clemente Martínez Avila y Francisco Martínez Hernando. En general gente humilde, de escasos recursos y bajo nivel cultural. La mayoría de los acusados y testigos eran analfabetos y tuvieron que firmar su declaración con una cruz.

Fuente de Datos: 
*El asesinato del gobernador de Burgos – Arturo Colorado Castellary, Universidad complutense de Madrid. – La Aventura de la Historia.