(Imagen tomada de internet sin datos identificativos)
Quiso el destino que en una de múltiples correrías conociera a María Luisa Sánchez Noguerol, una joven coruñesa de veinte años de edad y de profesión planchadora que llegó a enamorar perdidamente al rico viudo, llegando a beber los vientos por ella, e incluso a ofrecerle alojamiento en su casa a ella y a sus cinco hermanos pequeños, pues la joven era huérfana de madre y según decía, su padre se preocupaba poco por ellos.
En estos menesteres estaban cuando el día 25 de abril de 1913, Rodrigo García Jalón salió de su domicilio vestido galantemente, como para una cita: camisa verde con rayas rojas, pantalón gris, corbata de seda, flexible de alas anchas y un impermeable. A continuación se pasó por la casa de juegos para cambiar cinco billetes de mil pesetas por una ficha de juego roja con la cifra en dorado, aludiendo el motivo de que al lugar al que iba no quería llevar dinero, protegiendo así con la ficha sus posibles. Esta sería la última vez que fue visto. A partir de entonces desapareció por completo del mapa sin dejar rastro.
Su familia se alarmó a notar que no regresaba, pues como hombre metódico que era, siempre anunciaba cuando iba a realizar algún viaje o pensaba volver más tarde de cualquier asunto. Además había dejado en el cajón de su escritorio su cédula de identificación, el kilométrico del ferrocarril y el revólver que siempre solía llevar consigo cuando realizaba algún desplazamiento fuera de Madrid. Inútiles fueron los intentos por dar con su paradero. Rodrigo García Jalón se había evaporado en la nada.
La misma tarde de su desaparición, una joven exuberante y de cuerpo provocativo, vestida con un traje de levita cuyo atuendo llamaba poderosamente la atención, cruzó, después de un ligero titubeo el umbral del palacio del juego en Madrid, el Círculo de Bellas Artes situado en el Palacio de la Equitativa, lugar de por sí prohibido a las mujeres, pero que ésta obvió por completo, y pidió que la llevaran ante el cajero con la intención de cambiar una ficha de juego de cinco mil pesetas que llevaba fuerte y nerviosamente apretada en la mano. Cinco mil pesetas en el Madrid de aquella época, era una considerable fortuna.
Sin embargo, a pesar de su llamativa presencia y de la expectación que causó entre los allí concurrentes, el cajero rehusó por completo su petición, pues tenía orden de cambiar fichas únicamente a los socios, sobre todos, fichas de tan importantes cantidades, por lo que educadamente rechazó la petición de la joven, que compungidamente optó por marcharse del local.
Testigos presenciales pudieron ver como al salir del mismo se reunía con un hombre alto de unos cuarenta años, bigote con puntas retorcidas en arcos, arrogante y de mirada desafiante. Vestía prendas desgastadas por el uso, pantalones oscuros y americana larga. Llevaba sombrero de hongo. Cruzaron ambos unas palabras y se perdieron entre la multitud que abarrotaba la calle Sevilla.
La noticia de la desaparición del rico viudo se corrió pronto como la pólvora, haciéndose eco de ella todos los periódicos, sensacionalistas o no, de la época.
Las investigaciones por su parte comenzaban a dar sus primeros frutos. Así, se descubrió que la joven que penetró en Círculo de Bellas Artes, no era otra que María Luisa Sánchez Noguerol, conocida como “la hija del capitán”. Se supo asímismo que el referido “capitán”, era Manuel Sánchez López, capitán de la reserva destinado en la Escuela Superior de Guerra, en la plaza Conde de Miranda. Hombre de gran afición al juego y que estaba sin blanca, mantenía una relación incestuosa con María Luisa, su primogénita, quien había comenzado a tener trato con los hombres a los catorce años y de quien se rumoreaba que había tenido con él dos hijos que habían muerto.
El capitán Manuel Sánchez López había nacido en la provincia de la Coruña el 1 de noviembre de 1870, héroe de Peralejo, episodio de la guerra de Cuba, con antecedentes familiares de locura, era sospechoso de las desapariciones de la juguetona rubia Luz Carbonell, viuda de Brieva, y de Cándido Juan María Pérez Sánchez, “tío Luis”.
Todo apuntaba a ambos, padre e hija, como posibles sospechosos de la desaparición de Rodrigo, pero la investigación estaba a falta de pruebas que lo corroborara.
Se barajaba la posibilidad de que el rico viudo hubiera sido atraído por María Luisa, dado su enamoramiento por ella, al domicilio familiar, lugar en el que podría haber sido agredido, pues el enorme edificio de la Escuela de Guerra, con sus cuadras, sótanos, y cuartos cerrados, se prestaba con creces para la ocultación de un delito grave.
Jalón y la hija del capitán se habían conocido meses antes en el café de San Sebastián. Al principio del mes de abril volvieron a encontrarse de nuevo en la calle montera, a raíz de cuyo encuentro comenzaron una cierta relación que llenó de pasión a Jalón y le ofreció a María Luisa ser su protector.
Tras una intensa investigación por el alcantarillado de Madrid, el 20 de mayo se encuentra en el desagüe del domicilio del capitán Sánchez López una serie de restos que apuntan sin ninguna duda pertenecer a un cuerpo humano. Dos días después, el 22 de mayo, se registró la vivienda del capitán y se encontraron, hábilmente emparedados, todos los objetos del crimen: la camisa roja y verde que la víctima llevaba el día de su desaparición,
Un machete, un hacha, un martillo y restos humanos que ya nadie dudaba que pertenecieran a Jalón.
El juez entonces volvió a interrogar al capitán y a su hija que hasta entonces lo habían negado todo y que seguían negándolo, pero como consecuencia de una confusa declaración hecha por María Luisa, los hechos pudieron definitivamente ser recompuestos.
El día 25 de abril de 1913, María Luisa y Rodrigo quedaron citados en el domicilio familiar del capitán Sánchez con el fin de obtener de la conformidad de la relación, pero al llegar allí se encontró con el lugar vacío, alegando María Luisa que los niños habían salido al campo con el tío abuelo que los cuidaba, y su padre se encontraba haciendo unos recados y no tardaría en llegar.
Ofreció asiento a su enamorado, que se sentó frente a ella y de espaldas a la puerta y comenzaron una agradable y seductora charla que no dejó indiferente al viudo, pues la joven lo encandilaba peligrosamente. Absorto en la conversación, no se percató de que el capitán se aproximaba por su espalda empuñando en su mano un martillo que descargó con todas sus fuerzas en la cabeza del infortunado. El segundo golpe le rompió por completo el cráneo. Sin embargo el macabro acto no tuvo la recompensa que esperaban: después de registrar toda su ropa tan solo encontraron veinte duros, un poco de calderilla y la ficha de juego. Desesperado y enfurecido por la inutilidad de su esfuerzo, tomó un hacha y sin consideración comenzó a despedazarlo.
Ordenó a su hija que pusiera a calentar una sartén llena de aceite para que el olor de éste disimulara los otros que iban a producirse. El encendió el fuego del hogar y arrojo primero a él la cabeza y luego los demás miembros. Los despojos los arrojó por el sumidero del retrete y los huesos por el hueco entre dos muros del piso superior.
Luego, padre e hija se dedicaron a limpiar los rastros.
Cuando ya según ellos todo estuvo en orden, el capitán se dirigió al número 41 de la calle Barquillo para vender el reloj de oro con leonina propiedad de Jalón, así como un dije y dos anillos que eran fácilmente identificable.
Ante tal número de pruebas, Manuel Sánchez López fue condenado a muerte por un consejo de guerra por los delitos de robo con homicidio y su hija María Luisa Sánchez Noguerol a veinte años de prisión.
A pesar de que el capitán siempre se declaró inocente, al amanecer del 3 de noviembre de 1913 fue fusilado y enterrado en Carabanchel Bajo. María Luisa perdió la cordura y vivió loca durante doce años, tras los cuales murió.
Fuente de datos:
*Crónica de la España Negra – Los 50 crímenes más famosos – Francisco Pérez Abellán
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