La Investigación
La prensa francesa e inglesa, airean
ampliamente el “affaire” Dominici. Los periódicos exponen las hipótesis más
inverosímiles, ya que parece quedar excluido el móvil más común: el del robo.
En efecto los gendarmes han encontrado en las ropas e sir Jack un billete de
5.000 francos; además, los amigos de los Drummond, los Marrian, tras examinar
los objetos hallados en el Hillmann, afirman que nada ha sido robado. Por medio
de un testimonio, la policía puede reconstruir las fases de las trágicas
vacaciones de los Drummond. Sir Jack había aceptado la invitación de su antiguo
compañero de universidad, elp profesor Gruy Marrian, y se habían reunido con él
en la casa alquilada para veranear en Villefranche-sur-Mer. Desde aquí, los
Drummond, para cumplir los deseos de Elizabeth, habían hecho una escapada a
Digne, donde se celebraba una corrida. Tras el espectáculo la familia había
emprendido el camino a Villefranche. Por el camino y calculando que no les daba
tiempo a llegar a casa de sus amigos antes de que se hiciera de noche, tomaron
la decisión de pasar la noche en las tierras de los Dominici. Excluida la
hipótesis del robo, se formulan las teorías más increíbles: la labor de la
policía queda dificultada aún más por testigos indignos de crédito, mitómanos e
incluso magos y adivinos. Vuelven a salir a relucir historias y leyendas: se
recuerdan otras desgracias ocurridas en la zona y se descubre que están unidas
por una extraña analogía: las víctimas siempre son tres. Los delitos en
cuestión se produjeron en 1841 en la granja “Granges”, y en 1871, también en la
misma casa, que se había convertido mientras tanto en granja de Eve, aproximadamente
medio kilómetro de la casa de los Domicini.
Indicacion de los lugares donde se encontraron los cuerpos
Pero el inspector Sebeille no se deja
confundir por falsas pistas: su olfato le sugiere que la solución del caso se
encuentra entre las pareces de la “Grande Terre”. Su obstinación da lugar a la
hostilidad de algunos periódicos que le acusan de perseguir a los Dominici por
ser comunistas simpatizantes. También la prensa inglesa lanza envenenados
sarcasmos contra la actividad de la policía francesa, invitándola a que realice
las investigaciones sin confiar en péndulos y bolas de cristal.
Pero será precisamente un “mago”
quien entregue a los investigadores un proyectil recogido en el parapeto del
puente ferroviario: este proyectil permite establecer que el asesino disparó
fallando el tiro, contra Elizabeth, mientras la niña trataba de salvarse
huyendo. Posteriormente la pobre criatura fue alcanzada y asesinada con la
culata del arma descargada.
Una inspección en la "Grande Terre"
La policía recibe a diario cartas
anónimas con las más variadas suposiciones. El “affaire” apasiona a la opinión
pública y surgen numerosos investigadores aficionados. “Le Figaro”, sugiere
buscar al homicida en las filas de un movimiento de liberación clandestino.
Otros afinan más el tiro formulando la hipótesis de que los Drummond hayan
podido tropezar con una banda de malhechores a la caza de suministros de dinero
y armas, lanzados con paracaídas por los aliados, durante la segunda guerra mundial,
y destinados a los partisanos y que éstos habría sepultado aquí y allá por toda
la zona. Incluso hay quienes afirman que sir Jack era un agente secreto; en
cambio otros creían que la espía era su mujer.
Lady Ann Drummond
El inspector Sebeille no descuida
ninguna pista, pero a pesar de ello sigue investigando los datos que indican a
la familia Dominici. Para reafirmarle en sus suposiciones, se obtienen por fin
algunos testimonios importantes. Un habitante de Lurs, Abel Bastide, afirma que
en 1944 vio a Gaston Dominici regatear por el precio de una carabina con un
soldado americano de paso. El viejo lo niega. Posteriormente, del
interrogatorio de Marie Olivier, el motorista detenido por Gustave tras el
descubrimiento del delito, surge un detalle muy importante: Olivier afirma que
vio salir a Gustave de detrás del Hillmann, que no lo encontró en el borde del
sendero, tal y como había afirmado el campesino; por consiguiente, tenía que
haber visto también, por fuerza, el cadáver de la señora Drummond y no solo el
de Elizabeth ¿Por qué no lo dijo?
Por último, un amigo de los Dominici,
Paul Maillet, revela a la policía que Gustave le ha contado que la niña estaba
viva cuando la encontró en el terraplén. Enfrentados a este testimonio, Gustave
confiesa y es condenado a dos meses de reclusión por no prestar ayuda.
Los féretros de la familia Drummond
Un cambio en las investigaciones
Sebeille entra el nuevo año más
preparado. Nuevos testimonios le inducen a esperar una rápida conclusión de la
investigación: interrogando a los hombres que retiraron el cadáver de Elizabeth,
descubre que fue uno de ellos y no Gaston quien encontró el trozo de madera
junto a la cabeza de la víctima.
El periodista Jacques Chapus le
relata una conversación mantenida con el anciano patriarca: “Indicando la
morera me dijo: “Allí es donde gritó la pequeña”, Luego, corrigiéndose: “Al
menos ahí debería haber sido.
Sebeille trata de presionar al
personaje que domina “Grande Terre”: Gaston Dominici. Gustave está totalmente
sometido; la “sardina” acepta a diario sus bruscos modales sin alterarse; la nuera,
Ivette, está también sometida a su incuestionable autoridad; todos los hijos
obedecen sin discusión, excepto uno que un día se atrevió a revelarse: Clovis.
Hospitalario, el viejo ofrece de
buena gana el vino que consume con exceso, conversando con sus invitados con
ruda y aguda ironía. Colérico, repentinamente cambia la sonrisa amigable por
gestos de gran violencia. El sexo y el orgullo por la tierra que posee son
motivos habituales en su conversación.
Al investigar a Roger Perrin, nieto
de Gaston, de diecisiete años, el inspector añade una pieza más a su mosaico de
indicios: se entera que lady Ann y Elizabeth habían visitado la granja, al poco
tiempo de su llegada, con objeto de pedir agua. En cambio, los Dominici han
negado en todo momento que hubieran hablado con los Drummond, ¿Por qué?
Detención de Gastón Dominice
Fundamental importancia reviste la
declaración de Jean Richard, un testigo que se detuvo en el lugar del delito
antes de la llegada de los gendarmes: afirma que el cuerpo de lady Ann no se
encontraba en el suelo perpendicular al vehículo, como luego fue encontrado por
los agentes, sino en posición paralela respecto al de Hillmann, además estaba
tendido sobre el dorso y no sobre el vientre, como puede verse en las
fotografías obtenidas por la policía. Sebeille convoca inmediatamente a Clovis
y al ferroviario, que fue con él al lugar del delito antes de la llegada de
gendarmes. Ambos confirman la declaración de Richard. Por consiguiente, el
cadáver ha sido movido. ¿Por quién?
Gustave tiene que declarar
nuevamente. Una vez más admite haber oído gritos durante la noche, haberse
encontrado junto a Hilmman cuando vio a Olivier, y, finalmente, recuerda la
visita que lady Ann y su hija hicieron a la granja. Y no sólo esto. Confiesa
también que ha sido él quien movió el cadáver.”¿Por qué?”, le pregunta el
comisario. “Para buscar los cartuchos: quería saber si procedían de nuestra
casa”.
Ya el joven no aguanta más y lo
cuenta todo, casi con alivio.”Ha sido mi padre quien ha cometido el delito. Me
lo dijo a las cuatro, cuando volvió. Los mató con la carabina que tenía en el
cobertizo”.
“¿Por qué lo hizo”
Me contó que hacia la una salió a
cazar. Había tenido un altercado con los ingleses y les había disparado,
matando a toda la familia. Luego se había deshecho del arma. Yo estaba aterrorizado
pero con el viejo no se discute. Me ordenó que no dijera nada a nadie, pero yo
se lo conté a Clovis, al que luego también se lo contó padre”.
Clovis no desmiente a su hermano. El
comisario, dice, le había enseñado el arma del delito y él se fue a la casa
paterna presa de gran agitación: quería verificar si la carabina de su padre
seguía estando en su lugar. Una vez verificada su desaparición, preguntó a
Gustave, que le confió la terrible historia. En un primer momento se negó a
aceptarla, pero luego se lo confirmó el propio Gaston.
La Confesión de Gaston Dominici
“Si Gustave me acusa es porque le
habéis pegado”. Ésta es la primera reacción de Gaston Dominici ante la presión
del inspector Sebeille. El círculo se va cerrando a su alrededor, pero el viejo
sigue negando.
Es la tarde del 13 de noviembre de
1053. Hacia las 22 horas se le da a Gaston una escudilla de sopa. ¿Se suspende
el interrogatorio durante las horas de la noche? La policía dice que sí, pero
el viejo Dominici lo niega obstinadamente; de todas formas, los periodistas
instalados en la calle lateral del palacio de Justicia le Digne, observan que
las luces de la biblioteca, donde tiene lugar el interrogatorio, permanecen
encendidas toda la noche.
Cordón policial durante la celebración del Juicio
A primeras horas de la tarde del día siguiente,
Gustave y Clovis son enfrentados en un careo con el padre, y confirman sus
acusaciones. A las 18 horas, Gaston Domicini es confiado a un joven policía,
Víctor Guérino, que, fiel a la orden de no dirigirle preguntas directas sobre
los hechos, le entretiene conversando en una lengua en la que el campesino se
siente a gusto: el provenzal. Hablan de caza y agricultura. De pronto, el viejo
rompe a llorar y murmura turbado: 2Ha sido un accidente… ellos me atacaron y
los maté a los tres… me tomaron por un ladrón”.
Se trata de la tan esperada
confesión. Pasado el primer momento de sorpresa, Víctor Guérino corre a llamar
al comisario Prudhomme, pero ante él Gaston calla.
“Hable – le alienta Prudhomme - ¿se
avergüenza quizá porque el sexo tiene que ver algo en esto?”
“Exactamente – admite Domicini como
aliviado por esta idea – es un pecado de amor”.
Luego le relata que, al detenerse
junto a una morera, había visto desnudarse a la mujer y se había acercado a
tocarla. En aquel momento apareció el marido y le amenazó. Entonces perdió la
cabeza y empezó a disparar. Posteriormente se retractará de todo. En efecto,
ante el juez Peirés dirá que el culpable es Gustave y que él se ha acusado para
salvarle. El magistrado le deja solo en la habitación para que reflexione.
Cuando regresa, Gaston vuelve a confesarse autor del delito, reafirmando el
móvil sexual.
El Juicio
Gastón Dominice durante el Juicio
A pesar de que durante la celebración
del juicio vuelve a proclamarse inocente y grita “he sido para ocupar el lugar
de algún otro”, el tribunal le condena a muerte, pero la sentencia queda en
suspenso porque los abogados de la defensa anuncian nuevas revelaciones,
haciendo que el ministerio del Interior vuelva a abrir la investigación. Los
presuntos nuevos hechos anunciados por el acusado se reducen en realidad s muy
poca cosa: Gastón afirma que ha oído una conversación entre Gustave e Yvette,
de la que se deducía que una tercera persona, probablemente Roger Perrin había
transportado el cadáver de la pequeña Elizabeth hasta el lugar en que fue
encontrado. Pero Gustave niega haber mantenido tal conversación con su esposa y
Gaston no puede probar sus afirmaciones. Sin embargo, a la conclusión de la nueva
investigación, los abogados defensores del viejo Dominici logran del presidente
de la República que conmute la pena capital por la de la reclusión perpetua.
En 1960, Gaston es puesto en
libertad. Tiene ochenta y tres años y ha pasado seis en la cárcel. Hijos y
nietos se reúnen para celebrarlo. Faltan Germaine con su marido y su hijo
Roger, y Clovis, que ha muerto el año antes de cáncer.
Gaston Dominici sale de la cárcel
Aparentemente nada ha cambiado en
“Grande Terre”, pero al día siguiente el anciano abandona la granja y se
instala en el asilo de Digne; allí se reúne con su mujer, siendo alojada en la
sección femenina, “Grande Terre” no tiene ya sentido ni para Gastón.
Gustave la vende y se va a trabajar
de albañil a Peyruis. Las posesiones del patriarca se deshacen.
Perduran dos interrogantes: ¿Qué pasó
realmente aquella trágica noche? ¿Y por qué?
Fuente de Datos:
*”Los fantasmas de la “Grande Terre”
– Los Grandes Enigmas de la Historia – Editorial Planeta
La Grande Terre
La familia Drummond – padre, madre, y
una hijita de diez años – es asesinada en plena campiña provenzal, en la noche
entre el 4 y el 5 de agosto de 1952. Gastón Dominici, patriarca de una granja
llamada “Grande Terre”, es acusado por sus propios hijos.
¿Pero es realmente él el culpable?
¿Cuál es el móvil del crimen?
Las turbias fantasías eróticas de un
viejo, una oculta rivalidad entre padres e hijos, una sórdida venganza familiar
centrada en la propiedad de un pedazo de tierra, un mal entendido sentido del
honor y, además, agentes secretos, ex partisanos, magos, adivinos: las
hipótesis más variadas y los personajes más imprevisibles son el telón de fondo
de una terrible tragedia ocurrida en una cálida noche de agosto de 1952 en la
campiña provenzal. Una familia de vacaciones es asesinada sin ningún motivo
aparente.
Es una investigación difícil,
delicada: testigos que no son dignos de crédito, mitómanos, periodistas
buscando su gloria, todos ellos aparecen empeñados en confundir las huellas.
Avanzando fatigosamente en un mar de
mentiras, el comisario rastrea su presa como un sabueso. Frágiles pistas,
contradicciones, una duda al responder, una actitud que no resulta convincente:
son diminutas piezas del complicado rompecabezas que el policía va
reconstruyendo poco a poco.
Sobre todo ello domina la
personalidad marcada y arrogante de un anciano patriarca, temido y respetado; a
su alrededor, una barrera de silencio que parece imposible romper. Y, sin
embargo, la cadena de conveniencias parece aflojarse hasta que hace posible una
acusación concreta.
Pero llegados a este punto, todo un
juego diabólico de acusaciones, confesiones y retractaciones hace aún más
problemática la búsqueda de la verdad.
Habrá un juicio, una condena, pero
nada podrá borrar la amarga sensación que pesa sobre todo el asunto.
Una vez más ,de la sala de un tribunal de Apelación surge un
veredicto que no logra aclarar todos los interrogantes.
Los Acontecimientos
5 de agosto de 1952. Seis de la
mañana. Por la carretera Marsella-Digne el obrero Jean-Marie Olivier regresa a
casa en moto tras el turno de noche. En las cercanías de un sendero que une la
carretera estatal con la vía férrea que pasa bajo ella le espera una persona
que le pide que se detenga, haciendo gestos con los brazos: “He encontrado un
cadáver y he oído varios disparos. Puede que haya otros muertos. Hay que avisar
a los gendarmes”.
El que pronuncia estas palabras es
Gustave Dominice, uno de los hijos del anciano Gaston, el pintoresco patriarca
de la “Grande Terre”, una granja situada en los alrededores. El motorista reemprende de inmediato su
camino hacia Oraison, donde comunica a los policías el dramático mensaje.
El reconocimiento del lugar revela
que los nuestros en “Grande Terre” son tres: se trata del matrimonio ingles
Drummond, alcanzado por los disparos de una carabina americana encontrada más
tarde en el río Durance, y de su hija de diez años de edad, asesinada con la
culata de la misma arma. Los Drummond habían venido a Francia a pasar las
vacaciones, y en la noche del 4 al 5 de agosto habían decidido acampar en las
tierras de los Dominici.
Gastón Dominici
Es acusado del terrible delito el
anciano Gaston, que confiesa varias veces su culpabilidad, pero que se
retractará de todo en el transcurso del juicio.
Aquellas declaraciones, afirmará, las
hizo porque estaba destruido por el agotador interrogatorio, que había durado
toda la noche: “No habrían debido hacerle algo así a un hombre de mi edad… Me
volvieron realmente loco”.
El 28 de noviembre de 1954, el
tribunal de digne le condena a la guillotina, sentencia que después será
conmutada por la cadena perpetua. Pero el móvil sigue siendo un misterio. “Mi
padre mató a los turistas en un ataque de locura senil”, había afirmado Gustave
en una fase del proceso instructorio. Pero también él se retractaría
posteriormente de tales declaraciones. Solo su hermano Clovis mantendrá su
implacable acusación contra el padre. “¡Víbora!”, le grita éste a la salida de
la sesión en que ha sido condenado: “¡Tú sólo quieres la herencia!”.
Una familia destruida, la de los
Drummond, otra profundamente herida en su interior: un ambiente de tragedia
griega. ¿Fue Gaston Dominici el brutal asesino? ¿Lo hizo solo? ¿O no participó ni siquiera en el tripe homicidio?
En base a nuevas revelaciones prometidas por el acusado, vuelve a abrirse la
investigación. Algunos incluso afirman que el crimen tiene relación con la
Resistencia y los servicios secretos. A fin de cuentas, el arma del delito es
un fusil americano.
Tras seis años de prisión, en julio
de 1960, Dominici, de ochenta y tres años, es dejado en libertad. Tiene a su
favor dos hechos: su buena conducta y su avanzada edad. Morirá cinco años más
tarde en el asilo de Digne, quizá llevándose a la tumba un terrible secreto.
Disparos en la noche
En la tarde del 4 de agosto de 1952,
un Hillmann familiar con matrícula inglesa se detiene en la llanura de Lurs,
una aldea medieval de Francia meridional, empinada sobre una roca. A bordo del
coche viaja la familia Drummond (padre, madre e hija), que ha decidido pasar
sus vacaciones en territorio francés.
Sir Jack Drummond, de sesenta y un
años de edad es un profesor de bioquímica de la universidad de Londres y que,
ahora, dirige la importante industria química Boots. Sus méritos y su sabiduría
científica son muy conocidos en su patria. Durante la segunda guerra mundial ha
sido el principal experto en el campo de la alimentación. Por los servicios
prestados a su país, como el establecimiento de la dieta básica para los
militares y la realización de un concentrado proteínico inyectable por vía
endovenosa, ha recibido el homenaje de la Corona, que le nombró baronet. Su
esposa Ann, es especialista en dietética, le ayuda en su trabajo. Viaja con
ellos su hija Elizabeth de diez años.
Ese 4 de agosto, tras presenciar una
corrida en Dignes, los Drummond transitan por la carretera estatal Napoleón, en
dirección a Villefranche, donde se reunirán con sus amigos Marrian.
Considerando imposible llegar antes
de la noche, deciden detenerse y reemprender el viaje al día siguiente.
Detienen el coche en las proximidades de un sendero que atraviesa “Grande
Terre”, donde se levanta la casa colonial de los Dominici. A pesar de su
pretencioso nombre, se trata de una modesta finca de apenas dos hectáreas, con
olivos y hierbas medicinales y que se extiende justamente entre la carretera
estatal Marsella-Digne (rue Napoleón) y la vía férrea que corre paralela al río
Durance. Tras ingerir una frugal comida, los Drummond montan las camas de
campaña y se acuestan.
La Familia Drummond
A las 6:30 de la mañana siguiente,
los gendarmes de Forcalquier reciben un mensaje de sus colegas de Oraison: en
la “Grande Terre” se han oído disparos hacia la una de la mañana y, al
amanecer, se ha descubierto un cadáver. El que ha dado la alarma ha sido
Gustave Domicini, uno de los hijos del anciano Gaston, el patriarca de la
finca.
En realidad son tres los muertos. El
sargento Louis Romanet, que se trasladó al lugar con su ayudante para llevar a
cabo el primer reconocimiento, descubre junto a Hillmann el cadáver de Ann
Drummond; el del marido se encuentra al otro lado de la carretera, mientras el
cuerpo de la pequeña Elizabeth yace aún más allá, en dirección al río. Las
investigaciones sobre el triple delito le son confiadas al inspector Edmond
Sebeille, de la novena brigada de la policía móvil de Marsella.
Cuando el detective llega al lugar
del delito, la identidad de las víctimas ya ha sido comprobada por medio de los
documentos encontrados en el vehículo. Según la autopsia:
“Sir
Jack Drummond ha sido alcanzado por dos proyectiles mortales, que penetraron
por la espalda. Estaba de pie cuando fue herido por el primer disparo. El
segundo lo alcanzó cuando estaba ligeramente inclinado hace delante. Su vejiga
está vacía. Su esposa recibió la muerte por tres proyectiles, que penetraron
por el pecho y el hombro izquierdo. Debía estar tendida o con el busto
ligeramente levantado cuando recibió los disparos. Su agresor debía encontrarse
primero al lado izquierdo y luego delante. No ha sido violada. En cuanto a la niña, presenta dos profundas
heridas a ambos lados de la sutura media frontal. Los golpes han sido
propinados con enorme violencia por un agresor de gran fuerza. Puede
considerarse que la víctima estuviera tendida en el suelo cuando fue golpeada.
No ha sido violada”.
Los médicos forenses formulan también
la hipótesis de que los Drummond hayan sido asesinados en rápida sucesión, pero
que la niña haya muerto tras algunas horas de coma.
En el terreno se encuentran dos
proyectiles sin explotar y dos cápsulas vacías. El descubrimiento induce a
Sebeille a pensar que el asesino conoce bien el arma del delito. Esta se
encuentra en el lecho del río Durance se trata de una carabina Rock-Ola, de las
del ejército americano. En un primer examen se observa que el arma ha sido
reparada con un trozo de alambre de hierro y con una anilla procedente de una
bicicleta.
Una astilla de madera encontrada
junto a la cabeza de Elizabeth casa perfectamente con un fragmento que falta en
la culata del arma: por consiguiente, el
asesino, tras haber disparado contra el matrimonio Drummond, se encarnizó con
la niña golpeándola con la culata de la carabina.
El Arma
La Familia Dominici
Desde los primeros momentos de la
investigación, la atención del comisario se centra en la familia Dominici.
En la casa colonial de “Grande Terre”
vive el anciano Gaston con su esposa, Marie Germaine, a la que el marido llama
“vieja sardina”; el hijo, Gustave, con su esposa, Yvette, y su hijo Alain.
Gaston Dominici se había trasladado
con su familia a “Grande Terre” veinte años antes, adquiriendo la posesión por
10.000 francos. Satisfacía así el sueño de toda una vida de sacrificios y duro
trabajo: cultivar una tierra que fuera suya. La “sardina” le dio nueve hijos,
algunos de ellos llegaron al mundo con ayuda del padre como improvisada
comadrona. Ahora es una mujercita flaca, de débil voz, demasiado dócil ante el
marido que a veces han visto amenazarla con un garrote e incluso con el horcón
nunca ha traspasado los límites de sus tierras y viste siempre de negro.
El viejo, nacido en Digne en 1877,
goza del aprecio de sus vecinos, aunque le consideran de carácter violento,
especialmente con la gente que no le gusta, y que empina el codo con
frecuencia.
La Familia Dominici
Al avanzar los años, Gustave ha ido
sustituyendo al padre en las faenas del campo, y ahora el viejo patriarca se
dedica a llevar a pastar a los animales.
Los otros hijos se han casado y viven
en los pueblos cercanos.
La policía lleva a cabo los primeros
interrogatorios. Gustave declara haber visto a los Drummond alrededor de las
ocho de la tarde anterior, cuando fue a examinar un pequeño derrumbamiento de
la vía férrea, motivado quizá por un excesivo riego de la finca. Luego había
regresado a casa, acostándose enseguida.
En el transcurso de la noche se había
despertado dos veces. Hacia las 23, por el ruido de una moto que se había
detenido junto a la casa colonial: una voz le había gritado algo a su padre,
que había respondido a través de la puerta. Alrededor de la una se había vuelto
a despertar al oír varios disparos de armas de fuego. También Ivette y el niño
se habían despertado, aterrorizados por los disparos, El miedo hizo que Gustave
se quedara en la cama. Hasta las 5:30 de la mañana siguiente no salió para
verificar el derrumbamiento sobre la vía férrea. Cuando ascendía por el
terraplén que llevaba a los raíles, tropezó con el cuerpo destrozado de la
pequeña extranjera. Entonces volvió corriendo sobre sus pasos, hacia la
carretera, y detuvo a un motorista pidiéndole que avisara a los agentes.
Por su parte, el viejo Gaston declara
que al regresar de su pastoreo matutino, se había trasladado al lugar del
delito, del que había sido informado por Gustave, y había asistido a una fase
de la inspección llevada a cabo por los agentes antes de la llegada del inspector
Sebeille, tratando de ayudar: se sentía orgulloso se haber sido el primero en
observar la astilla de madera bajo los cabellos de la niña asesinada, Pero no
dice, que posteriormente hubo un largo conciliábulo en la granja, donde toda la
familia Dominici se había reunido y en la que probablemente, se definió la
actitud que debían de tomar ante los agentes.
Ante el mundo externo, el clan se
reunía y formaba un bloque compacto. Pero en aquella sólida muralla se
produciría luego una brecha, primero por el derrumbamiento de Gustave, luego
por la denuncia de Clovis, uno de los hijos del clan que trabaja como
ferroviario y vive en Peyruis.
Gustave Dominice con su esposa y su hijo
En realidad, los Dominici, empezando
por Gustave, callaron muchas cosas. En efecto, aquella mañana del 5 de agosto,
al dirigirse al trabajo, Clovis se había encontrado con su hermano, que le
había confiado algo muy grave: cuando encontró a Elizabeth, la niña estaba aún
viva; también le dijo que había oído gritos durante la noche. Clovis le confesó
que era mejor no decir nada a la policía para evitar problemas.
El 6 de agosto Sebeille regresa a
“Grande Terre” tras haber subido hasta Lurs para enseñar el arma del delito al
alcalde, los concejales, así como a varios habitantes del pueblo y la campiña
circundante. Nadie la ha reconocido. También los Domicini afirman que no la
habían visto nunca antes de que fuera encontrada en el río.
Nuevamente interrogado por Sebeille,
Gaston afirma que ha visto a los Drummond la tarde de su llegada, mientras
volvía a casa con el rebaño, pero que no ha cruzado con ellos palabra alguna.
Confirma la versión de Gustave relativa a la visita de un motorista que gritó
algo incomprensible. Eran las 23 pasadas. Desde la ventana le contestó “¡Vete a
la cama!”, y volvió a acostarse mientras la moto se alejaba. A la una se había
despertado con el ruido de unos disparos, pero no se asomó ni siquiera a la
ventana. (Continuará)
Fuente de Datos:
*”Los fantasmas de la “Grande Terre”
– Los Grandes Enigmas de la Historia – Editorial Planeta
Miembros del Jurado
El Juicio
El juicio comienza en New Bedford el
5 de junio de 1893. La acusación corre a cargo del fiscal del distrito, Hosea
Knowlton, el mismo que dirigió las investigaciones, mientras que la defensa
está encomendada a George C. Robinson, rey de la abogacía local y ex gobernador
de Massachussetts. En la presidencia del Tribunal toman asiento el presidente
Albert Mason y los jueces auxiliares. A la derecha se encuentran los doce
jurados, y en el fondo de la sala, detrás del público, se aglomeran unos cuarenta periodistas.
Al abrirse la vista, el abogado
Robinson logra un primer éxito al conseguir que se declare nulo el testimonio
obtenido en el proceso de instrucción: Lizzie no había sido informada de que
sus palabras podían ser utilizadas en su contra. El segundo golpe magistral de
la defensa consiste en anular la declaración del farmacéutico, que se negó a
vender el ácido prúsico a Lizzie: la joven no está acusada de envenenamiento y,
sea como fuere, no se produjo la venta.
La acusación contraataca demostrando
que en la mañana del delito Lizzie llevaba un vestido de seda con rayas blancas
y azules, mientras que la vecina señora Churchill recuerda un vestido de
algodón con rombos, que a pesar de ello, no se ha encontrado. También va en
contra de la acusada el testimonio de mis Russell, que declara haber
sorprendido a su amiga, en la mañana del domingo, quemando en una estufa un
vestido “manchado de barniz”. ¿Se trataba quizás del vestido estampado con
rombos empapado de sangre? El episodio resulta, sin duda, sospechoso, pero no
basta para proporcionar una prueba indiscutible de la culpabilidad de Lizzie,
menos aún si consideramos que la defensa
lleva las de ganar en todos los demás detalles de lo ocurrido: el cuerpo de
Abby no estaba “a la vista” como pretendía la policía y, por consiguiente, era
muy posible que Lizzie hubiera subido al piso superior sin verlo; en cuanto al
arma del delito, en la bodega se había encontrado un hacha con el mango
partido, cuyo corte encajaría perfectamente en las heridas, pero los encargados
de la investigación se embrollan tanto en sus declaraciones, qie el abogado
Robinson no tiene que esforzarse mucho para anularlas. Por otra parte no existe
móvil alguno, y a la acusación no se ocurre nada mejor que suponer un odio
genérico de Lizzie hacia su madrastra; el padre había sido asesinado
posteriormente para evitar que se enfrentara a una tragedia de tal magnitud o
para evitar que hablara.
Lo cierto es que en el juicio contra
Borden, la acusación –más que contra la escasez de pruebas – se ve obligada a
combatir una desesperada batalla contra el espíritu de toda una época: una
mezcla de antiguos y nuevos prejuicios que crea en torno a la acusada una
insalvable red defensiva. Pero ¿cuáles son, en concreto, estos prejuicios?
En primer lugar, la repugnancia
“ideológica”, totalmente burguesa, a imaginarse a una “chica bien”, una lady,
cometiendo un parricidio.
En segundo lugar el sexo de la
acusada. Lizzie aparece, desde el comienzo como una desgraciada joven, una
desventurada huérfana. Es la imagen de la mujer “ángel del hogar”, e hija
cariñosa, que es más fuerte en el subconsciente colectivo, que cualquier
indicio, prueba o sospecha.
En tercer lugar, la vida virtuosa de
Lizzie, parroquiana practicante, pilar de las sociedades filantrópicas, y dedicada a las buenas obras.
No puede extrañarnos, por
consiguiente, que el jurado – el 20 de junio de 1893 – emita un veredicto
unánime de absolución total.
Lizzie Borden merecerá, una vez más
aunque brevemente, la atención de los periódicos: en 1897, debido a un extraño
y nunca explicado, episodio de hurto en una joyería de la ciudad.
Lizzie muere el 1 de junio de 1927 y
recibe sepultura, de acuerdo con sus deseos, junto a la tumba de sus padres.
Vuelve a abrirse el caso
Medio siglo más tarde es formulada
una nueva hipótesis sobre el caso: su autor es el famoso escritor de novelas
negras Patrick Quentin. Según éste, el asesino habría sido el propio Andrew
Borden, eliminado posteriormente por su hija Lizzie. Veamos el escenario.
El viejo Andrew tiene suficientes
motivos para odiar a su segunda esposa por su mezquindad, desaliño y avidez.
Decide en consecuencia asesinarla.
Lo intenta primero con el veneno, el
martes, pero no logra los resultados apetecidos. El jueves, Andrew Borden
decide recurrir a un sistema más enérgico. Espera a que su cuñado se vaya y se
dirige al granero a por un hacha y lleva consigo el arma a la casa, escondida
en un cesto de peras.
Poco después se produce el momento
ideal mientras Lizzie se encuentra en el cuarto de baño del semisótano y
Brigdet en el jardín donde no puede oír nada. A las 9:30 todo ha terminado.
Andrew se cambia de ropa y sale a la calle.
Pero Lizzie sospecha desde hace
tiempo las intenciones homicidas que aletean a su alrededor, e incluso ha
intentado indagar sobre el intento de envenenamiento, haciendo una visita a una
farmacia para asegurarse sobre la forma en que su padre habría podido obtener
el ácido prúsico. En la mañana del jueves, puesta en guardia por la precipitada
salida del padre, se dedica a registrar la casa y encuentra el cadáver de Abby,
justo en el momento en el que el padre regresa a casa. Respecto a lo ocurrido a
continuación, ni siquiera Quentin tiene las ideas muy claras. Quizá Lizzie mata
a su padre a sangre fría, o con el hacha que ha encontrado al lado del cadáver
de su madrastra, para evitarle la vergüenza de un juicio, quizás se produce un
trágico incidente durante la discusión.
Vente años más tarde surge una
hipótesis totalmente distinta, formulada por el criminólogo Edward Radin. La
culpable sería la sirvienta Bridget Sullivan.
Maggie – según el razonamiento de
Radin – es, junto con Lizzie la única persona de la casa que ha tenido la
oportunidad de llevar a cabo materialmente ambos delitos. El punto más débil de
esta tesis es que Radin no logra imaginar un móvil concreto, a excepción de un
resentimiento generalizado de la sirvienta hacia sus amos.
Más recientemente se hizo otro
intento de aclarar también este punto: lo llevó a cabo Lilian de la Torre, otra
novelista de fama.
Su hipótesis afirma que el nudo de la
tragedia debe buscarse en el robo cometido en casa de los Borden el año
anterior al crimen. Según Lilian de la Torre, era Bridget la que había forzado
el escritorio. Borden la descubrió, pero no la denunció para mantenerla a su
merced, obligándola a trabajar poco menos que por un trozo de pan, a cambio de
guardar silencio sobre el “vergonzoso episodio”. Asó que, tras un año de
fatigas, privaciones y humillaciones, toda la rabia reprimida de Maggie explotó
repentinamente desembocando en un doble raptus homicida.
Un móvil para Lizzie
Hasta 1967 no se produjo una
auténtica revisión del caso en el libro “A prívate Disgrace. Lizzie Borden in
Daylighy (es decir, “Una desgracia familiar. Lizzie borden a la luz del sol”),
de Victoria Lincoln.
El primer descubrimiento que hizo
Victoria Lincoln es que Lizzie padecía una lesión en el lóbulo temporal que le
provocaba crisis epilépticas de tal entidad que la hacían actuar en semitrance,
especialmente durante los periodos menstruales; y la fecha fatídica del 4 de
agosto de 1892 coincidió precisamente con la fase final de un ciclo menstrual
especialmente duro.
Pero la reconstrucción no se limita a
trazar un cuadro clínico que posibilitaría un raptus de locura homicida. De las
investigaciones de Victoria Lincoln surge por fin un móvil correcto.
La tesis afirma que las raíces de la
tragedia deben buscarse en la llegada del tío John. Morse tenía la intención de
establecerse en la granja de Swansea y el viejo Andrew había pensado aprovechar
aquella ocasión para ceder dicha propiedad a su esposa. El traspaso debía efectuarse
precisamente en la mañana del 4 de agosto, en el banco, sin que Lizzie lo
supiera.
Pero Lizzie comprende de inmediato el
significado de la llegada del tío.
Lizzie con su abogado en el juicio
El primer impulso de locura homicida estalla a la mañana siguiente, cuando se recibe una nota – enviada por el tío John que reclama a Abby con el pretexto de visitar a un enfermo. Lizzie, al comprender el manejo, pierde el control invadida por la rabia y se encarna con su madrastra. El tío John, tras esperar inútilmente en el banco, vuelve hacia la casa en el momento exacto que tiene lugar la tragedia: desde la calle oye los gritos, y aterrorizado, se precipita a visitar a sus sobrinos para evitar verse envuelto el delito.
El primer impulso de locura homicida estalla a la mañana siguiente, cuando se recibe una nota – enviada por el tío John que reclama a Abby con el pretexto de visitar a un enfermo. Lizzie, al comprender el manejo, pierde el control invadida por la rabia y se encarna con su madrastra. El tío John, tras esperar inútilmente en el banco, vuelve hacia la casa en el momento exacto que tiene lugar la tragedia: desde la calle oye los gritos, y aterrorizado, se precipita a visitar a sus sobrinos para evitar verse envuelto el delito.
Mientras tanto, en casa de los
Borden, Lizzie recompone su aspecto y recibe al padre – que también regresa
para ver qué ha sucedido – con la noticia de que su madrastra ha salido para
visitar a un enfermo. Tranquilizado el viejo Borden (que imagina que la mujer y
el cuñado ya están juntos en el banco) decide descansar un momento antes de
volver al banco para dar fin a la operación. Pero le esperan diez hachazos
mortales. La reconstrucción de Victoria Lincoln es indudable que hace encajar a
muchas piezas del rompecabezas y proporciona cierta lógica a la trama. Salvo en
dos puntos.
El primero sigue haciendo referencia
al móvil para el asesinato del padre, que sigue resultando gratuito; el segundo
consiste en especial de la ropa con manchas de sangre.
A menos que – incluso sin contradecir
la hipótesis del vestido quemado en la estufa – todo ello no pueda explicarse
de una forma mucho más sencilla, tal y como lo ha intentado la “bordenólaga”
Ann Jones, en base a dos descubrimientos: El primero, basado en algunos
informes médicos que permanecieron ignorados, nos dice que los dos delitos no
provocaron en realidad el “mar de sangre” que supuso la fantasía popular. El
segundo, igualmente refrenado por algunos elementos que permanecieron ocultos
en el desarrollo del juicio, afirma que los vestidos que Lizzie llevaba aquella
mañana no estaban tan inmaculados como siempre se ha escrito. Pero se trataba
de sangre que fue definida como menstrual, y, que por consiguiente, vergonzosa,
y sobre la que ningún caballero se hubiera atrevido a insistir.
De esta forma, las prendas
ensangrentadas terminaron en cierto barreño del lavadero, lleno de prendas
sucias y del que – como puede leerse en las actas del proceso – “ambas partes
han decidido de común acuerdo, no hablar en el transcurso de las vistas”.
Por consiguiente, ¿fue realmente
Lizzie Borden culpable?
Fuentes de Datos:
“Lizzie Borden cogió un hacha” – “Los
Grandes Enigmas de la Historia” – Editorial Planeta
Lizzie Borden cogió un hacha…
El cuerpo de un hombre de edad
tendido en el sofá de un salón burgués en un charco de sangre: ha sido
asesinado con diez golpes de hacha. El rostro y la cabeza se han convertido en
una masa informe. Pocos metros más allá, otro cadáver destrozado: se trata de
una mujer, la esposa del hombre asesinado en el diván. El asesino se ha
encarnizado con ella de una forma aún más bestial, destrozándole el cráneo con
diecinueve golpes de hacha.
Un doble homicidio absurdo,
despiadado, sin un móvil aparente. Un “caso” que, de inmediato despierta gran
atención entre la opinión pública.
No se encuentra el arma del delito,
hay misteriosas huellas en el desván, un “tercer hombre” vaga como un espectro
alrededor de la casa del crimen, el hacha mortal ha sido descargada por una
mujer desnuda (se dice que no quiso mancharse las ropas de sangre): elementos
de investigación, rumores incontrolados, fantasías morbosas: todo ello se
mezcla para enturbiar las aguas cada vez más. ¿Quién ha asesinado a los
ancianos y por qué razón? Las hipótesis del robo, la venganza, el delito
pasional, político o cometido por un loco, van descartándose una tras otra.
Pero el suceso ha suscitado demasiado
interés y es obligado encontrar un culpable para arrastrarlo ante el tribunal.
Por ello, y para responder a la terrible acusación, acaba ante los jueces la
hija menor del matrimonio asesinado. Se llama Lizzie Borden, un nombre
destinado a perdurar en los textos de criminología.
¿Pobre joven inocente o monstruo
sanguinario? La mayoría de la gente que sigue el juicio no tiene duda alguna:
Lizzie es pura como un ángel y es impensable que haya podido mancharse con tal
delito. Por otra parte, no existen pruebas y la defensa tiene que esforzarse
demasiado para destruir el frágil castillo de indicios levantado por la
acusación.
De esta forma, la acusada queda
formalmente absuelta entre el júbilo de sus defensores.
Más de un siglo después, el caso
sigue abierto. Tiene todos los elementos de la novela negra clásica: sólo hay que
encontrar la solución.
Los Protagonistas
En 1892, Fall River, en
Massachussetts, es una agradable ciudad de 80.000 habitantes con una sola
industria importante, la fábrica de algodón.
En el número 92 de la calle 2 vive la
familia Borden. El apellido es típicamente local. Se remonta a los primeros
asentamientos de inmigrantes ingleses en el siglo XVIII, y hacia finales del
XIX es el segundo de la ciudad en cuanto a frecuencia.
Andrew Jackson Borden, el padre
El padre, tiene
unos setenta años, cabellos y barba blancos, rostro anguloso, nariz arrogante y
boca fina. De joven fue empresario de pompas fúnebres y sigue vistiendo de
tétrico color negro. Es presidente de la Unión Savings Bank, además de ser
miembro de varios consejos directivos de algunas instituciones financieras y de
empresas de manufacturas. Es también propietario de diversos inmuebles en la
ciudad, entre ellos el impresionante Borden Block, y de algunos terrenos al
otro lado del río Taunton, por un valor de más de un cuarto de millón de
dólares, (lo que significa que era un millonario de aquella época), y
constituye el ejemplo del `perfecto capitalista de finales del siglo XIX,
industrioso, rapaz, puritano y avaro.
Con él vive su esposa Abby, con la
que contrajo matrimonio tras la prematura muerte de su primera esposa, Sara
Morse, ocurrida en 1862.
Abby Borden
Abby tiene poco más de sesenta años y
es una especie de barril ambulante: más de ochenta kilos con una altura
aproximada de metro y medio. Su carácter no es mejor que su aspecto: es
mezquina, cotilla, siempre quejándose y desmesuradamente ansiosa de dinero.
Con esta simpática pareja viven las
dos hijas del primer matrimonio Andrew: Emma Leonora de cuarenta y un años y
Lizzie, la protagonista principal del drama.
Lizzie Borden tiene treinta y un
años, es pequeña, regordeta y plácida, pero con frecuentes crisis histéricas.
Está en posesión de un título de bachillerato elemental, es parroquiana de la
Iglesia Congregacionista Central, colabora en algunas obras pías, como la Unión
Femenina Cristiana para la Templanza y la Misión Flor y Fruto, además de
enseñar catequesis en una clase dominical para jóvenes.
Lizzie Borden
Por último, también vive en la casa
una sirvienta de origen irlandés, Bridget Sullivan, conocida como Maggie.
Maggie tiene veintiséis años: es una personalidad borrosa, temerosa, se la
trata con altanería y se la obliga a realizar los trabajos más humildes a
cambio de un salario mísero.
Bridget Sullivan
El Escenario
La casa de los Borden tiene dos
plantas: en principio fue construida para albergar a dos familias, y ha
conservado en su distribución algunas de sus características de su primitivo
destino
En la planta baja (donde se
encuentran en salón, el cuarto de estar, el comedor y la cocina) se puede
entrar tanto por la puerta principal, que da a un vestíbulo, como por la puerta
lateral, que da a la cocina. Desde el vestíbulo, un tramo de escalera conduce
al primer piso, donde se encuentran tres dormitorios: Los de Lizzie y Emma, más
un dormitorio de invitados. La habitación y el gabinete del matrimonio Borden ,
que se encuentran también en el primer piso, están totalmente separados de la
zona y solo puede llegarse a ellos desde la entrada lateral, gracias a una
escalera secundaria que luego sube hasta el desván, en el que se aloja Maggie.
La casa tiene en la parte posterior
un jardín con algunos árboles frutales y un granero, utilizado como trastero,
con una gran habitación a ras de tierra y un desván.
No es indudablemente una vivienda
digna de una familia acomodada como son los borden. En la casa no hay
electricidad ni agua corriente (salvo en la cocina), y tampoco existe un baño
digno de tal nombre: solo una pequeña toilette en el semisótano.
Casa de los Borden
Esta casa no satisface a las hijas de
Borden, especialmente a la más joven, que no puede refrenar su impaciencia.
Lizzie desearía una casa moderna, con todas las comodidades y también algunos
lujos, como por ejemplo muebles nuevos y quizá un piano que le permitiera
desarrollar cierta vida social.
Pero estas aspiraciones mundanas
chocan con el puritanismo (y sobre todo con la avaricia) del viejo, y son la
causa de muchas de las famosos “crisis histéricas” de Lizzie.
Existen también otros motivos de
tensión. En 1887, Andrew Borden ha recuperado la casa en la que vivía una
hermana de Abby, en la Calle 4, y la ha puesto a nombre de su esposa. Pero la
transacción ha provocado la tormenta en la familia, que papá Borden se ve
obligado a hacer grandes concesiones a sus hijas: una importante asignación
semanal, el regalo de algunos títulos y acciones e incluso la propiedad de otro
apartamento en Ferry Street. Pero la administración de la casa de Ferry Street resulta
pronto demasiado gravosa para las dos mujeres y el viejo Andrew se ve obligado
a “recuperarla” de manos de sus hijas, añadiendo a la lista “otro regalito” en
dinero contante y sonante para terminar definitivamente con el asunto.
Lizzie, la más agresiva de las dos
hermanas, ha logrado un extra: un viaje por Europa que le ha costado un buen
dinero al viejo avaro, pero que ha logrado que la familia recupere su paz
durante algunos meses.
Pero al final Lizzie reaparece, tan
batalladora como antes, y la tensión vuelve a incrementarse.
El Drama
El drama estalla imprevisible en una
tórrida mañana de agosto de 1892, cuando se descubren los cuerpos de Andrew y
de Abby, salvajemente asesinados a hachazos.
Tras algunas dudas, las sospechas de
la policía se centran en Lizzie, que permaneció en la casa, según ella sin
enterarse de nada, durante las dos horas cruciales en que sus padres fueron
asesinados.
La posición de Lizzie, agravada por
una serie de contradicciones, conduce fatalmente a su enjuiciamiento formal por
el doble asesinato. Pero el proceso que se celebra en New Bedford en 1893,
concluye con un veredicto de absolución, en parte por el carácter
circunstancial de las pruebas y en parte a causa de la simpatía general que se
ha despertado por la “infortunada joven”: pocos son los que están dispuestos a creer que una chica
decente, una “lady”, pueda haber cometido tan horrendo crimen.
El “caso Borden” concluye así con una
anulación: pero sólo desde el punto de vista procesal, porque desde entonces
Lizzie ha sido llevada innumerables veces ante un jurado ideal de ensayos,
novelas y evocaciones, con toda una serie de “revelaciones” y soluciones
alternativas que han acabado por convertir al doble crimen de Fall River en un
clásico de la criminología actual.
Veintinueve hachazos
El jueves 4 de agosto de 1892. Andrew
Jackson Borden, de setenta y nueve años, y su esposa Abby, de poco más de
sesenta, son asesinados a hachazos en su casa, en el número 92 de la calle 2.
La noticia provoca enorme estupor en la pequeña ciudad, ya que los Borden son
una familia respetable, en el sentido de que el viejo Andrew, que empezó en su
juventud como empresario de pompas fúnebres, se ha abierto camino invirtiendo
sabiamente su dinero en manufacturas, inmuebles y terrenos, convirtiéndose así
en uno de los personajes ciudadanos.
El día del delito, Andrew había
bajado a desayunar hacia las siete con su esposa (con la que había contraído
segundas nupcias) y con un invitado, John Winnicum Morse, hermano de su primera
esposa, agricultor y vendedor de caballos en Darmouth. No están presentes las
hijas de Andrew: Lizzie, la más joven, está durmiendo todavía, mientras que
Emma, la mayor, ha ido a visitar a una amiga en Fairhaven, a unos veinte
kilómetros de Fall River. Terminado el desayuno, servido por la doncella,
Birgget Sullivan, conocida por Maggie.
John Morse sale por asuntos de
negocios, mientras que los cónyuges Borden prestan su atención a los asuntos
domésticos. A las 9, Lizzie se levanta, y poco después el padre sale para ir al
banco. Regresa hacia las 10:30. En casa sólo está Maggie y Lizzie. Esta última
sale a su encuentro en el rellano de la escalera que da al vestíbulo y le
informa de que su madrastra ha salido “porque ha recibido una nota de una
persona enferma”. Andrew se retira al salón a descansar y también Maggie
aprovecha la pausa en el trabajo, que durará hasta la hora de la comida, para
echarse un sueñecito en su habitación del desván.
A las 11:15 la despiertan los gritos
de Lizzie “Maggie – grita la joven- ¡papá está muerto! Alguien ha entrado y lo
ha matado.” La sirviente corre a buscar al médico de la familia, el doctor
Bowen, que llega pocos minutos más tarde
junto con Adelaide Churchill, una vecina de los Borden, y con Alice
Rusell, una amiga de Lizzie. Poco después llega también un policía que ha sido
avisado por teléfono por otro vecino. El cadáver de Andrew yace tendido sobre
el sofá, en un charco de sangre.
El cuerpo de Andrew Jackson borden
La muerte, según se comprobará más tarde, se
produjo entre las 10:45 y las 11:15 y se ha debido a diez golpes propinados
“con un instrumento cortante”, presumiblemente un hacha”. Ante este horrible
espectáculo, Lizzie permanece sorprendentemente serena: no se deja llevar por
la histeria, no derrama ni una lágrima: se limita a preguntar si pueden
informar inmediatamente a su hermana lo ocurrido por medio de un telegrama.
Sólo entonces alguien pregunta dónde está la esposa del difunto. Lizzie dice
que le ha parecido oírla regresar y Maggie, acompañada por la señora Churchill,
sube al piso de arriba para buscarla. Las dos mujeres se encuentran ante una
escena aún más macabra que la del piso bajo: el cuerpo de Abby borden,
destrozado por diecinueve hachazos, yace en el fondo de la habitación de
invitados, entre la cama y la toilette.
El cuerpo de Abby
El estado de coagulación de la sangre
y la temperatura del cadáver permitirán posteriormente establecer que el
homicidio se ha producido alrededor de las 9:30, es decir, más o menos una hora
antes del asesinato del marido.
Mientras tanto, regresa también el
tío John, que al ver la aglomeración de gente y el vaivén, tiene una reacción
muy curiosa: no entra en casa ni hace preguntas. Se dirige al jardín para
comerse un par de peras, y solo después de ello se decide a cruzar el umbral de
la puerta principal.
Las primeras investigaciones
La primera hipótesis de la policía es
la de que el doble crimen haya sido cometido por alguien que ha penetrado en la
casa con la intensión de robar o vengarse. El viejo Andrew no era, sin duda
alguna, una persona amable, en especial con los campesinos de sus tierras, que
más de una vez se habían rebelado contra su prepotencia y tacañería. En los
últimos meses, además, Borden había denunciado algunos robos: una vez alguien
robó dinero y joyas de su escritorio tras forzarlo; otra vez habían
desaparecido algunos pichones del granero.
La policía toma en cuenta también
otro episodio ocurrido el martes anterior al crimen: los borden habían sufrido
trastornos gástricos y Lizzie había confiado a su amiga Alice Rusell la
preocupación que sentía al pensar que sobre su familia pendía una misteriosa amenaza.
Los investigadores, sin embargo,
descartaron la hipótesis tanto del robo (en la casa no faltaba nada) como de la
venganza (no avalada por ningún enfrentamiento directo). Además, la propia
dinámica del delito hace que resulte muy improbable la intervención de alguien
del exterior: ¿cómo habría podido actuar el asesino sin que nadie le molestase
a pesar de la presencia de Lizzie y la sirvienta? ¿Dónde podía haberse
escondido en el intervalo entre el primer delito y el segundo? ¿Cómo podría
haberse alejado de la casa (indudablemente con las ropas llenas de sangre y con
el arma del delito) sin que nadie le viera?
Plano de la casa y lugar donde se encontraron los cuerpos
La atención de la policía empieza a
centrarse en los habitantes de la casa. El primer sospechoso es el tío John,
cuyo extraño comportamiento al regresar a la casa el día del delito despierta
gran perplejidad. Pero John dispone de una coartada de gran solidez: en el
momento en que el viejo Andrew estaba siendo asesinado se encontraba visitando
a una pareja de sobrinos suyos, Le toca el turno entonces a Lizzie. Cuando es
interrogada sobre sus movimientos entre las 9:30 y las 11:15, la joven
proporciona una primera versión de los hechos. Nada más entregar a su madrastra
la nota de la persona enferma – afirma – se había trasladado a la toilette del semisótano,
donde había permanecido los veinte minutos en que se cometió el primer
asesinato. Al regresar a la planta baja no volvió a ver a su madrastra, peri
sin darle la menor importancia, se había dedicado a recoger y arreglar la casa,
pensando que había salido con prisa sin detenerse a despedirse.
Tras el regreso del padre había ido
al granero a buscar unos plomillos para su caña de pescar y se había quedado
unos veinte minutos en el desván del granero, comiéndose algunas peras. Cuando
finalmente regresó, encontró la puerta principal abierta – habiéndola dejado
cerrada – y a su padre asesinado.
Lizzie es presionada
El testimonio de Lizzie tiene
demasiados puntos oscuros, de muy difícil aceptación. Ante todo la nota: la
joven afirma que la madrastra había salido después de recibir un mensaje en el
que se le pedía que acudiera a la cabecera de un enfermo. Pero la hoja de papel
ha desaparecido y ni siquiera se consigue encontrar al enfermo, a pesar de
publicar un anuncio en los periódicos. Al final Lizzie recuerda por casualidad
que “quizás” la nota haya sido quemada en la estufa del doctor Bowen. El
médico, cuando se le pregunta, admite haber tirado una hoja de papel, pero
excluye terminantemente que se tratara de la famosa nota. Luego está la
posición del cuerpo de Abby. Según el informe de los investigadores, el cadáver
yacía “a la vista” ¿Cómo no se dio cuenta Lizzie de ello cuando se encontraba
en el rellano del primer piso, en el momento del regreso del padre?
Lizzie
Por último, existen algunas incongruencias en los movimientos de Lizzie durante la última media hora antes del descubrimiento de los cadáveres. ¿Por qué fue a buscar los plomillos si hacía más de cinco años que no iba de pesca y en la casa no había ni caña ni sedal? ¿Por qué se había entretenido un cuarto de hora en el desván del granero (un auténtico baño turco) mordisqueando unas peras, cuando una hora antes había rechazado el desayuno y se había limitado a beberse un café, alegando que sentía molestias en el estómago? Y ¿Por qué la policía no encontró huella alguna en el polvoriento suelo del desván?
Por último, existen algunas incongruencias en los movimientos de Lizzie durante la última media hora antes del descubrimiento de los cadáveres. ¿Por qué fue a buscar los plomillos si hacía más de cinco años que no iba de pesca y en la casa no había ni caña ni sedal? ¿Por qué se había entretenido un cuarto de hora en el desván del granero (un auténtico baño turco) mordisqueando unas peras, cuando una hora antes había rechazado el desayuno y se había limitado a beberse un café, alegando que sentía molestias en el estómago? Y ¿Por qué la policía no encontró huella alguna en el polvoriento suelo del desván?
Para complicar más la situación de
Lizzie, declara Eli Bence, dependiente
de la farmacia D.R. Smitch, en South Main Street: el miércoles anterior a la
tragedia, la mujer había intentado comprar ácido prúsico (para exterminar las
polillas, dijo), pero él se negó a vendérselo.
Esta revelación presta nueva
importancia a las molestias estomacales que la familia Borden había padecido
precisamente esos días. Quizás – se empieza a pensar - , Lizzie realizó su
primer intento de envenenar al padre y a la madrastra el martes, fingiendo
padecer náuseas ella también para no levantar sospechas. Luego, el miércoles
intentó comprar el ácido prúsico para rematar su obra, pero ante la negativa
del farmacéutico, decidió cambiar el envenenamiento por un sistema más
drástico.
Hay un hecho a favor de Lizzie: en
sus ropas no se encontró rastro de sangre, a excepción de “una manchita de un
tamaño ligeramente superior a una cabeza de alfiler·, según reza el informe
policial.
No obstante, veintinueve hachazos no
son un “modus operandi” que permita al asesino mantener sus ropas inmaculadas.
En teoría, Lizzie podía haberse cambiado de ropa nada más cometer los delitos,
pero los investigadores no encontraron ninguna prenda con manchas sospechosas
en toda la casa. ¿Quizás cometió el crimen vistiendo un impermeable y un gorro
de baño? ¿O había empleado como delantal la chaqueta del padre que se encontró
empapada de sangre sobre el brazo del sillón y no colgada en el perchero? ¿O
incluso - hipótesis que hizo temblar de morbosidad a las beatas de Fall River –
había llevado a cabo el asesinato totalmente desnuda? Son preguntas sin
respuestas destinadas a permanecer así incluso después del juicio.
(Continuará)
Fuentes de Datos:
“Lizzie Borden cogió un hacha” – “Los
Grandes Enigmas de la Historia” – Editorial Planeta