Considerado el primer asesino en serie moderno, la morbosa figura de este criminal de los bajos fondos londinenses sigue envuelta en el misterio ciento veintidós años después de su primera actuación.
A pesar del obsesivo interés por su figura, los ríos de tinta gastados en tratar desenmascararle han sido en vano, la especulación ha vencido la verdad y sólo nos ha quedado el misterio.
Lo único cierto es que una serie de horrorosos crímenes, inicialmente conocidos como los “asesinatos de Whitechapel”, aterrorizó esa empobrecida zona del este de Londres.
Witechapel
A ciento veintitrés años de haberse cometido, la identidad del asesino (o asesinos) permanece en el anonimato. Aparte de esto, también parece claro que los crímenes fueron actos indiscriminados propios de un asesino en serie que carece, en el sentido estricto de las clásicas excusas para matar, y que no mata por celos, venganza o avaricia. Asesina porque tiene un deseo irreprimible de hacerlo. Casi siempre obtiene una excitación sexual al matar y mutilar.
El anonimato del asesino ante una policía impotente y el salvajismo de los asesinatos reflejados en la prensa abonaron la leyenda de Jack. Las víctimas, prostitutas ocasionales, eran asesinadas en lugares públicos, en las callejuelas putrefactas y oscuras de la ciudad. La forma de las heridas, indicaban que el asesino presuntamente tenía cierto conocimiento de anatomía. Pero ¿quién fue realmente este verdugo?
Muchos son los sospechosos que tanto la policía de esa época como modernos investigadores han denunciado como la persona que estaba detrás de la misteriosa sombra de Jack, el destripador. Muchas de ellas son verdaderas especulaciones, como el caso del afamado escritor Arthur Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes, quien sospechaba que el verdadero asesino no era un hombre, sino una mujer quien se disfrazaba de hombre para despistar a los miembros de Scotland Yard.
No obstante, esta teoría nunca fue tomada en serio y la posición tanto de agentes como de investigadores fue la de buscar a un hombre, esto no sólo por algunos testimonios recibidos sino también porque probaba la facilidad con que éste tenía acceso a las prostitutas.
También se consideraba probable que el asesino supiera el manejo de alguna herramienta filuda o quirúrgica debido a las mutilaciones que realizaba a sus víctimas, ante esto último eran conocidas las sospechas que el asesino sería un médico, por ello, muchos describían a Jack como un sujeto que llevaba siempre un maletín de doctor, y por último, se sabía que el hombre conocedor de armas punzo cortantes era diestro, por las cortadas de izquierda a derecha que realizaba.
(Mapa Victoriano de Londres marcado con siete puntos rojos donde fueron encontrado las víctimas)
La lista de sospechosos era y es tan amplia como la de las teorías de la conspiración. Alrededor de más de ciento setenta hombres, de las más variadas profesiones y ocupaciones, han sido sospechosos de los macabros crímenes: sastres, peluqueros, soldados, marineros, burgueses, desarrapados y hasta notables escritores, como Lewis Carroll, y miembros de la realeza, como Alberto duque de Clarence, han sido acusados de ser Jack el Destripador, sin que ninguna de las hipótesis se hayan podido probar.
Esta incógnita es la que precisamente suscita hoy el morbo y la fascinación por la historia de un asesino que nunca fue capturado y del que no se sabe con certeza quién fue.
Pocos casos en la historia criminal han sido tan ampliamente debatidos y tan pobres en datos fehacientes, así como no está claro quién de los sospechosos es el verdadero asesino, tampoco lo está el número de sus víctimas.
Se ha barajado siempre la cifra de cinco mujeres por los documentos policiales, pero los documentos policiales, ahora sacados a la luz revelan que hubo al menos once asesinatos cometidos por la misma persona entre abril de 1888 y principios de 1891. Además se han señalado marcadas similitudes en las víctimas: eran prostitutas que trabajaban en la zona, fueron asesinadas de madrugada, degolladas de la misma forma y todas, aparentemente, confiaban en el asesino, pues solo hay leves indicios de forcejeo previo al crimen.
Las prostitutas asesinadas en rincones oscuros, sufrieron severas mutilaciones y sus gargantas fueron cortadas de izquierda a derecha, lo que sugiere, como ya se ha apuntado, que el criminal era diestro.
(Mary Ann Nichol)
Según el informe policial de la muerte de Mary Ann Nichol, elaborado por el superintendente J.Keating:
“El testigo encontró el cuerpo de una mujer acostada sobre su espalda con sus ropas un poco por encima de sus rodillas. Luego otro transeúnte también en camino a su trabajo, se detuvo a observar. Como estaba oscuro ninguno advirtió la sangre en el suelo. Ambos siguieron su camino con la intención de comunicar el incidente al primer policía que encontrara en su camino”.
“A mi llegada a la escena, descubrí inmediatamente que las vísceras habían sido extraídas del cuerpo. Su quijada había sido destrozada y le había abierto el abdomen”.
Los recortes de prensa se sumaron al drama del caso con sus descripciones que muchas veces bordearon el sensacionalismo, dando detalles totalmente morbosos:
“Le faltan cinco dientes y tiene una pequeña laceración en la lengua. Un moretón le corre por la parte baja de la mandíbula en el lado derecho de la cara. Este pudo haber sido causado por un puñetazo o por la presión de un pulgar”, publicaba el londinense Times refiriéndose a la primera víctima de Jack el Destripador, May Ann Nichols, llamada Polly.
Nichols, junto a Eddowes y las otras víctimas, formaban parte de las 1.600 prostitutas que operaban en el East End de Londres, habitada por unas 900.000 personas, de las que 80.000 residían en Whitechapel. Los pobres constituían el 8 por ciento de la población del este londinense: chapuceros, recaderos en el mercado o aprendices de diversos oficios.
(Westworth-Street-Whitechapel)
La segunda víctima es Annie Chapman, Alias Siffrey, prostituta de cuarenta y siete años.
El cadáver se encuentra el sábado 8 de septiembre: la cabeza casi separa del cuerpo por un golpe proporcionado de izquierda a derecha, se mantiene en su sitio gracias a un pañuelo atado alrededor del cuello: el abdomen está completamente abierto y los intestinos han sido depositado en uno de sus costados; el útero, parte de la vagina y dos tercios de la vejiga han sido extraídos.
(Annie Chapman)
Tras el segundo asesinato cometido, el de Annie Chapman, se provoca una gran agitación en todo el East End, tanto es así que el día 9, por la mañana, la policía decide dar alguna señal tranquilizadora. En primer lugar difunde un genérico, y probablemente inventado, retrato robot de un sospechoso, después procede a una docena de detenciones y, finalmente, por la tarde, anuncia con un pasquín el arresto del culpable: es el zapatero Jhon Pizer, llamado “Mandil de cuero”. Este inocente sobrenombre, que le habían dado en el barrio desde hacía ya algún tiempo, mucho antes de que se iniciara la trágica serie de delitos, asume ahora un tono siniestro y constituye el principal indicio en su contra.
Mandil de cuero de se había convertido, de hecho, después del 8 de septiembre en objeto de una verdadera psicosis colectiva: contribuyeron a crearla el descubrimiento del primer cadáver a dos pasos del matadero; la referencia, durante las averiguaciones, a un cuchillo de zapatero o matarife como posible arma del delito (zapateros y matarifes acostumbraban a protegerse, durante su trabajo, con mandiles de cuero): el descubrimiento cerca del cuerpo de Annie Chapman, de un mandil de este género, y, finalmente, la suposición general de que el asesino se hubiera visto obligado a ponerse tal vestimenta protectora para no manchar la ropa de sangre. Así, en poco tiempo, un siniestro personaje, apodado “Mandil de cuero”, tomó cuerpo en la imaginación de la gente, y muchos individuos fueron mirados con sospechas por el mero hecho de poseer un mandil de ese tipo.
(Viñetas sobre los sucesos editadas por el periódico de la policía)
Fue arrestado un hebreo polaco de treinta y tres años que fue descrito por la prensa con todos los rasgos distintivos del “monstruo”: ojos brillantes, paso afelpado “como el de un felino”, labios finos “cuya crueldad está acentuada por unos bigotes que caen”, rizos de pelo sobre lacara y acento gutural.
La única pega es que Pizer tenía una coartada de hierro. La policía se vio obligada, por tanto, a dar marcha atrás, pero mientras, por la calle, la muchedumbre ha comenzado a molestar a los hebreos, tanto es así que Pizer deberá ser retenido otro día en prisión para evitarle un posible linchamiento.
La tercera y cuarta víctima de Jack son descubiertas, una tras otra, en la noche del 30 de septiembre, entre la una y las tres menos cuartos. La primera, Elizabeth Stride, ha sido degollada, pero no presenta otras heridas. La otra, Catherine Eddowes, ha sido sometida, por el contrario, a un verdadero martirio.
(Elizabeth Stride)
(Catherine Eddowes)
Durante la redada, rápidamente iniciada, la policía descubre algunas huellas del asesino en fuga. Saliendo de Mitre Square, después de haber matado a Catherine Eddowes, El Destripador ha enfilado primero Goulston Street, donde ha dejado algunas señales de su paso por allí, para desembocar después en Dorset Street: aquí se ha lavado las manos ensangrentadas en una fuentecilla.
Los indicios de Goulston Street se encuentran en un estrecho callejón entre dos establos. Allí, El Destripador ha abandonado un trozo de mandil ensangrentado de su última víctima, y ha escrito con tiza sobre la pared la siguiente frase: “Los judíos ya no serán acusados sin razón”, destinada a constituir desde ese comienzo uno de los puntos más misteriosos del enigma entero.
Dos son los elementos significativos de esta misteriosa pintada; el primero es que la palabra judíos (jews en inglés) está escrita mal (juwes): el segundo es que la frase puede ser interpretada tanto como una defensa como una acusación.
(Charles Warren)
El alto comisario de Scotland Yard, sir Charles Warren dispuso en primer lugar el rastreo de Withechapel con un balance de más de mil detenciones efectuadas, en gran parte, arbitrariamente, sin encontrar un solo caso algo que justificase la acción de la policía.
El tan aberrante nombre que lo lanzó a la fama fue obtenido en una de las cartas que supuestamente el asesino había escrito a la Agencia Estatal de Noticias de Londres, el 25 de septiembre de 1888, diecisiete días después de su segundo asesinato, y firmada por “Jack El Destripador”.
El asesino escribió en esa carta lo siguiente:
“Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha capturado, pero en realidad todavía no me han encontrado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo a gritar. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito...
Firmado: Jack el destripador."
Otro de los textos que se ha mantenido durante mucho tiempo inédito es la carta titulada “desde el infierno”, enviada a la policía por el presunto asesino, aunque su verdadera veracidad ha sido puesta en duda y se supone que fue el invento de un par de periodistas sensacionalistas en busca de las noticias.
Existen al menos 150 cartas de diferentes personas y países que se confiesan ser Jack el Destripador.
La emblemática carta, presenta un tono irónico y un humor negro de lo más macabro, especialmente si se considera el regalo que acompañó a la misiva:
“Desde el infierno le envío la mitad de un riñón que tomé de una prostituta y que conservé para ustedes después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad”.
En otra parte escribe:
“Querido Jefe: te escribo esto desde mi cama, pues tengo la garganta irritada pero en cuanto me mejore empezaré a trabajar el 13 de este mes. Te sorprenderá saber que la otra noche el pequeño Jacky estaba en la zona cuando le buscabais. ¡Qué divertido saber que la policía me espera!
Creo que mi próxima misión será aniquilarte. Te arrancaré el hígado antes de que mueras y te lo mostraré. Firma, Jack el Destripador.”
La carta estaba escrita por el presunto asesino con leras rojas, e iba acompañada de un boceto de la cara de un hombre que asegura ser el criminal. “Ese soy yo”. Pero el dibujo no proporcionó la identidad del asesino, sino que se convirtió en otro de los misterios del caso.
El cuarto y último delito atribuido a Jack El Destripador es descubierto en la mañana del 9 de noviembre. La víctima es Mary Kelly. A la víctima, destripada como las otras, le han sido cortado los pezones y extraído los órganos vitales que han sido distribuidos por toda la habitación.
(Mary Kelly)
Después de este asesinato, un alto funcionario de Scotland Yard hizo corres la voz de que Jack el Destripador había muerto, sin proporcionar, no obstante, más detalles ni la identidad del asesino.
Sin embargo posteriormente se produjeron otros asesinatos similares, que no tuvieron ninguna repercusión ni fueron relacionados en modo alguno con Jack, a pesar de para la mayoría de las mentes, El Destripador seguía vivo.
Con el correr de los años la leyenda del Destripador no solo no se ha difuminado, sino que ha aumentado.
Jack el Destripador fue el primer caso criminal que no sólo atrajo la atención local, sino que la noticia tuvo repercusiones en todo el mundo. Hay incluso quienes afirman que autor de los asesinatos pudo haber emigrado a Estados Unidos o hasta Australia.
Una de las más recientes teorías asegura que Jack el Destripador pudo haber sido un marino mercante, a quien se le sigue la pista incluso hasta Nicaragua. En este país, y durante un periodo de diez días, en enero de 1889, el público fue informado de la muerte de seis prostitutas a manos de un presunto asesino en serie.
La imagen de Jack el Destripador ha dejado una huella indeleble en la historia.
Las víctimas de Jack el Destripador
Realmente no se sabe a ciencia cierta el número de víctimas asesinadas por Jack el Destripador. En el periodo comprendido desde el 3 de abril de 1888 y el 13 de febrero de 1891 se produjeron once homicidios de los cuales solamente cinco fueron atribuidos al Destripador debido al modus operandi, idéntico en las cinco víctimas: Corte en la garganta, lesiones faciales progresivas, mutilación abdominal y extracción de órganos internos. Todas estas similitudes se dieron en los asesinatos de Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes, y Mary Jane Kelly, no así en los de las dos primeras víctimas de la ola de asesinatos: Emma Elizabeth Smith y Martha Tabram.
Mary Ann Nichols, asesinada el viernes 31 de agosto de 1.888.
Annie Chapman, asesinada el 8 de septiembre de 1.888.
Elizabeth Stride, asesinada el 30 de septiembre de 1.888.
Catherine Eddowes, asesinada el 30 de septiembre de 1.888.
Mary Jane Kelly, asesinada el 9 de noviembre de 1.888
Después de Mary Kelly se relacionan cuatro casos más:
Rose Mylett, alias Lizzie Davis, asesinada el 26 de diciembre de 1888.
Alice Mcjenzie, llamada Annie Pipa de Arcilla, asesinada el 17 de Julio de 1889.
Mujer no identificada, encontrada hecha pedazos en el Támesis el 10 de septiembre de 1889.
Francés Cole, llamada Nell Pelo de Zanahoria, asesinada el 17 de julio de 1889.
Fuente de Datos:
*”Tras la pista de Jack el Destripador” – Javier Espinosa
*”Los Grandes Enigmas de la Historia” – Editorial Planeta
Juan Díaz de Garayo – Su Vida
Juan Díaz de Garayo nació en Eguilaz, pueblo situado a corta distancia de la villa de Salvatierra, provincia de Álava, el 17 de octubre de 1821. Fueron sus padres unos laboriosos y honrados labradores que tuvieron nueve hijos, a los cuales, como era la costumbre, dedicaron a la labranza o al servicio doméstico. Atrasada entonces sobremanera la educación escolar, no pudieron dedicarle en su niñez ni juventud tiempo a recibirla en escuela alguna, así que no llegaron nunca a saber leer ni escribir, enterándose solo a fuerza de tiempo y de práctica de las rutinarias tareas de la agricultura.
A los catorce años, en 1835 y en plena guerra civil fue enviado por su padre a servir a los pueblos inmediatos para ganarse un jornal ocupándose en las tareas de labrador, pastor, y carbonero, mostrando siempre bunas predisposiciones para el trabajo y buena conducta.
En 1850 llevaba siete años trabajando en la villa de Alegría, sirviendo en casa de un herrero, cuando llegó a enterarse por una joven amiga suya, A.B. apodada la Zurrumbona, de que ésta tenía en Vitoria una hermana viuda labradora, que llevaba en arriendo algunas tierras y útiles de labranza, y que se quejaba de que en su viudez no podía atender sus obligaciones como debiera, siendo éstas explotadas por los criados, y que nada le era más necesario que casarse de nuevo con un hombre entendido en las labores del campo. Le insinuó su amiga que le convenía dirigirse a casa de su hermana para que entrara en ella como criado práctico y conocedor de la agricultura, y en efecto, con una recomendación suya se dirigió a la ciudad.
Excelente maña se dio para Garayo para recomendarse a la viuda, manifestándole sus conocimientos en el laboreo y dirección de tierras; y como ella le indicara que si bien se decidía a tomarle de criado no podían pensar en casarse hasta que pasara el tiempo que se prescribe a las viudas, se conformó Garayo a permanecer en la casa como criado, animando a la viuda a hacer la nueva sementera, puesto que la época era la propicia y proponiéndole comprar por su parte una pareja de bueyes, ya que en casa de su amo, el herrero de Alegría, tenía depositado algún dinero, producto de sus ahorros y de su metódica vida de largo tiempo. Aceptó la viuda el plan, conviniendo ambos en guardar la mayor reserva acerca de sus propósitos de casamiento hasta el tiempo oportuno. Sus planes se desarrollaron tal y como tenían pensado, casándose al fin ambos, pasando el mote de La Zurrumbona también a Garayo, que desde entonces fue llamado Zurrumbón.
Desde aquella época hasta 1863, en que su esposa falleció, vivieron ambos en la mayor armonía y concordia, sin que Garayo faltara a su mujer por ningún concepto. Durante este periodo de trece años tuvieron cinco hijos, de los que sobrevivieron tres: dos hijos y una hija. Muerta su esposa, y teniendo Garayo que ocuparse de las labores del campo, empezó a reinar el abandono en su casa, y a perderse poco a poco la educación de sus hijos. Para corregir este inconveniente, Garayo pensó en casarse de nuevo y así lo hizo contrayendo segundas nupcias con J.S., para desgracia completa de la familia.
Era su nueva mujer de carácter áspero y de violente genio con los que, en vez de asegurar la paz de la casa, la disipó, entablándose entre ella y sus hijastros constantes reyertas; arraigándose los odios y dando lugar a que aquellos huyeran de su casa, colocándose como criado el mayor y haciéndose vagabundos y pordioseros los menores.
Fuera de la casa los hijos, sin amparo ni guía, se vieron envueltos en las tristes consecuencias que trae la vida de la miseria y del abandono. Garayo, movido por sus sentimientos de padre, alguna vez volvió a recoger a los dos menores, pero éstos, ante la repulsión que sentían hacia la madrastra, y alentados por las novedades de la vida libre, no se detuvieron muchas horas en el hogar paterno.
Vino su casa muy a menos en los siete años que duró este segundo matrimonio, y la miseria, la guerra doméstica y el abandono de sus hijos debieron causar honda revolución en el espíritu de Garayo, hasta entonces pacífico, laborioso y económico.
En 1870, su mujer, que había sufrido una enfermedad variolosa, muere de repente cuando se hallaba ya en la convalecencia, y en este tiempo es cuando Garayo mató a la joven M. en el arroyo del Polvorín.
Poco tiempo después contrajo matrimonio con A.L., con la cual vivió en perpetua discordia, empeorándose más y más la situación de su casa, ya que él se ocupaba como podía como simple bracero y ella se daba a menudo a la embriaguez.
Esta situación duró cinco años, hasta el 1876, durante cuyo periodo asesinó él a A.S. en el término de Labizcarra, a la joven A. en el camino de Gamarra y a M.C. en la Zumaquera.
Tenía Garayo cerca de cincuenta y un años cuando cometió estos dos últimos crímenes.
Garayo era un tipo vulgar y ordinario, de regular estatura, ceñudo y repulsivo aspecto, y vestía como los braceros pobres del campo, boina azul vieja y mugrienta, remendada chaqueta de color oscuro y pantalón de percal.
Su rostro no tenía nada de simpático ni de regular: angosta y corta la frente, estaba marcada en su parte alta, que ceñía el aplastado y desordenado cabello laso entrecanoso, por una profunda cicatriz. Bajo sus pobladas y ceñudas cejas apenas se acertaban a distinguir unos ojos pequeños, profundos, vízco el derecho y constantemente inclinados ambos hacia el suelo; su nariz era larga y abultada en la punta, los pómulos muy marcados y apretados, de tinte moreno tostados, la boca con profundas arrugas o surcos laterales. Su cabeza ofrecía relevantes irregularidades, era ancha en su base de oreja a oreja y más larga en esta línea, que de adelante a atrás; alta y estrecha en su cima semi-calva, mal cubierta por largos y enredados mechones de pelo, con un desarrollo mucho mayor en el parietal derecho que en el izquierdo; casi plana y sin marcada prominencia occipital en la parte del cogote, inclinada constantemente hacia la izquierda y sostenida por un cuello musculoso, oscuro, robusto y ancho.
Esta fisonomía tenía mayor aspecto de imponente repulsión, cuando una vez preso, Garayo se dejó la barba que le cubría hasta la mitad de los pómulos, que rizada, áspera y negra-gris ocultaba sus anchas mandíbulas y que sólo se presentaba simétricamente canosa debajo de los extremos del bigote por ambos lados de la punta.
Su cuerpo mostraba todos los caracteres del hombre dedicado a las rudas faenas del campo, pero en amplio desarrollo. A un pecho fornido, extenso y saliente correspondía una espalda ancha y maciza, y en sus brazos y piernas, notábase la consistencia nutrida y poderosa de los miembros que a una musculatura resistente y elástica, dan vigor unos nervios enérgicos y un ejercicio constante.
Su salud fue siempre excelente; la vida en sus tres primeras cuartas partes metódica y sobria, y su trato y sus costumbres, según el testimonio de los que le conocieron, vulgar, sencilla y sin ningún carácter especial ni tendencias predominantes.
Y con este aspecto repulsivo y nada simpático, y con esa constitución y ese cerebro característico e irregular, llego a los cuarenta y nueve años, es decir, más allá de la época del completo desarrollo físico y fisiológico, sin entrar en la práctica del vicio, sin que hubiera que reprocharle por ninguna falta grave, sin cometer ningún crimen.
Garayo no sabía leer ni escribir, no tenía más educación que la común entre las gentes de su clase, conocía perfectamente su oficio de labrador rutinario y no se elevó nunca, ni podía elevarse en sus aspiraciones intelectuales más allá del corto horizonte en el que había nacido y vivido. Era egoísta, agarrado, escéptico en materia de ilusiones y muy inclinado por su robusta naturaleza a los goces materiales.
Buen esposo y buen padre durante los trece años de su primer matrimonio, cambió bruscamente de carácter, de afecciones y de sentimientos al estallar la discordia y el desarreglo en su casa durante el segundo, y perdió para siempre el afecto a sus hijos y su hogar.
El egoísmo adquirió absoluto desarrollo en su mente y en su corazón, haciéndole indiferente a toda esperanza, y pensando tan solo en acumular con su trabajo algunas sobras que le diesen para vino o placeres carnales.
Una vez en esta desastrosa senda, su perversidad le llevó a cometer los primeros asesinatos, sirviéndole sin duda la impunidad del primero, el aliciente para cometer los siguientes, siempre en la idea de que no sería descubierto.
En 1876 enviudó de nuevo, quedando, al parecer envuelta en el misterio la muerte de esta su tercera esposa , referida así por el mismo Garayo:
“"En la noche del 3 de Abril de 1876, al volver del campo donde estuve trabajando todo el día, desde las cinco de la mañana, al subir a la habitación nuestra, encontré la puerta cerrada, y como al llamar no me contestó nadie, metí la mano por la gatera y saqué la llave que yo mismo dejé allí cuando me marché por la mañana, quedándose mi mujer en la cama, buena y sana. Al entrar en la alcoba, vi que estaba agonizando. Salí asustado y busqué un médico, el cual, al ver que mi mujer no hablaba y que iba a expirar, mandó que viniese un cura y le diera la Unción, que era lo único que podía hacer por ella."
Un mes más tarde, Garayo contrajo matrimonio con una pobre viuda de avanzada edad llamada J.I. Vivió algún tiempo con ella en pasajera paz, pero pronto se vieron interrumpidas por continuas discordias, hondas y mutuas recriminaciones y completo desarreglo doméstico.
¿Tuvo Garayo imitadores?
Durante el periodo de los dos últimos años de la guerra civil y en los dos siguientes, la memoria de los pasados crímenes parecía haberse olvidado bastante, porque no hubo nuevos atentados que lamentar, cuando en el comienzo mismo del año 1878, el día 2 de Enero, se descubrió otro tan horrible y más sangriento que los anteriores. Unos labradores hallaron en el encuentro de los caminos de los pueblos de Mendiola y Castillo, y no lejos de la carretera de Arechavaleta, en las inmediaciones de Vitoria, el cadáver de una mujer de cincuenta y cinco años, vecina de Mendiola y llamada M.R. Había sido asesinada y horriblemente mutilada, tenía grandes heridas en el pecho y en el bajo vientre, con la mayor parte de las vísceras fuera y como arrancadas violentamente. La mano derecha también había sido cortada con brutal energía.
Aquella infeliz madre de familia, había ido en la tarde del año nuevo al pueblo de Arechavaleta a comprar un poco de vino a la taberna, llevando en una cesta bacalao y chocolate. Después que puso el vino en una botella, la colocó también en la cesta, y ya cerca del anochecer, emprendió el camino hacia Olárizu y Mendiola. Poco debió andar cuando fue asaltada por el criminal o criminales que concluyeron con su existencia, porque el arroyo u orilla del camino donde se la encontró no distaba mucho de la carretera que pasaba por Arechavaleta. A su lado se halló la cesta con los objetos obtenidos.
¿Quién fue el autor de aquel crimen horrendo? Garayo, durante la formación de los procesos que se siguieron, lo negó continuamente.
De otras averiguaciones practicadas a la raíz del suceso, nade se pudo deducir.
Al tenerse noticia de este crimen, la opinión pública volvió a recordar con más fuerza que nunca los anteriores delitos y se demostró que aquél misterioso ser, o aquellos hábiles criminales que durante cuatro años habían aterrado al país con sus salvajes asesinatos y violaciones. Vivía o vivían aún.
Produjo esta lógica consecuencia el más profundo terror. La fantasía de las gentes al conocer los detalles del crimen del camino de Mendiola, al saber que el asesino había arrancado las entrañas a su víctima, se fijó en aquellas sabidas y viejas narraciones de ciertos hombre monstruos que brutalmente asesinaban niños y hombres “para sacarles las mantecas y hacer con ellas ciertas composiciones de maravillosa eficacia para combatir la tuberculosis”.
Y bautizó desde entonces al presunto autor de los crímenes del campo de Vitoria con el nombre de “El Sacamantecas”, pintándolo todo en el mundo de la imaginación a su modo, y asustando las mujeres a los niños nombrándolo así.
Las autoridades buscaban una explicación racional a aquel tremendo misterio, porque ni el más leve indicio, ni la huella más pequeña, pudo nunca guiarles al descubrimiento de los autores.
No se habían acallado ni mucho menos las protestas contra tal hecho y los temores que produjo, cuando, como si la audacia del crimen hubiera llegado a su apogeo, se anunció dos meses después, el 28 de febrero de 1878, que dentro de Vitoria, en una de sus calles más concurridas, aunque retirada y de no muy buena fama, se acababa de cometer otro espantoso crimen, de idénticas formas que el anterior, pero más infame aún si cabe.
En efecto, hallábase en su casa la niña M.L., de once años de edad, cuando llamó a la puerta de su habitación un hombre viejo, que al responder aquélla le preguntó “si había en la casa algún cuarto vacío”, contestando negativamente la niña, y entonces el viejo, cogiéndola por el cuello la derribó, le impidió que gritara, la violó lentamente y, sacando después una navaja, le causó varias heridas mortales en el vientre.
Pudo gritar la niña al sentir que otra persona se acercaba y entonces el viejo huyó apresuradamente. Al volver la casa la madre de la infeliz criatura, a las siete de la tarde, la encontró en tan terrible estado, y después de haber dado parte del hecho, aún se la pudo trasladar al hospital, donde murió el día 3 de Marzo siguiente.
Dio la desgraciada allí, con todos sus detalles las señas del asesino, el cual había sido visto también en las inmediaciones de la casa por una vecina, y una vez apresado, fue reconocido tres veces por su víctima en el hospital, declarando el viejo que era suya la navaja que había encontrado la justicia, pero negando siempre y rotundamente el haber tomado parte en el crimen.
Se creyó entonces descubierta la tremenda historia del feroz violador y asesino. “El Sacamantecas”, se dijo, ha caído en poder de la justicia, un oscuro y al parecer inofensivo anciano de setenta y cinco años de edad, llamado el A. que vivía ganando algunos cortos jornales.
Sin embargo, las más severas y hábiles pesquisas y tareas de los tribunales no lograron demostrar que hubiese cometido más crímenes que el de la niña M. La sala de la Audiencia de Burgos, reconociéndole autor del hecho, le condenó a veinte años de cadena, pero habiendo interpuesto recurso de casación en el ministerio fiscal, fue admitido por el Supremo Tribunal, anulada la sentencia anterior, y condenado a la pena de muerte, que sufrió en Vitoria el 19 de Mayo de 1880.
Por aquél entonces también apareció en el campo, en el término de N… el cadáver de una joven que había sido víctima de los más infames ultrajes. Se siguió la causa contra J., un pastor en el que recaían vehementes sospechas, y que había sido visto en Vitoria pocos días antes del crimen, desapareciendo después por largo tiempo, pero no pudo obtenerse ningún resultado positivo.
Esta asombrosa repetición de crímenes de idéntica índole y forma, han hecho sospechar que, dada la impunidad y el misterio que rodearon a los primeros, pudo haber algún o algunos malvados imitados y continuadores de los que habían cometido aquéllos, y que tal vez, al amparo del siniestro velo que ocultaba al criminal iniciador, hubo en Vitoria y sus cercanías quienes se atrevieron a consumar y repetir nuevas infamias.
“El Sacamantecas” tuvo indudablemente imitadores.
Fuentes de datos:
*“El Sacamantecas” Ricardo Becerro Bengoa – Revista de España nº 136 – Septiembre de 1891 – Hemeroteca Digital.
*Diario “La Dinastía”- 10-8-1895 – Barcelona.
Imágenes:
*Internet