Lizzie Borden cogió un hacha…
El cuerpo de un hombre de edad
tendido en el sofá de un salón burgués en un charco de sangre: ha sido
asesinado con diez golpes de hacha. El rostro y la cabeza se han convertido en
una masa informe. Pocos metros más allá, otro cadáver destrozado: se trata de
una mujer, la esposa del hombre asesinado en el diván. El asesino se ha
encarnizado con ella de una forma aún más bestial, destrozándole el cráneo con
diecinueve golpes de hacha.
Un doble homicidio absurdo,
despiadado, sin un móvil aparente. Un “caso” que, de inmediato despierta gran
atención entre la opinión pública.
No se encuentra el arma del delito,
hay misteriosas huellas en el desván, un “tercer hombre” vaga como un espectro
alrededor de la casa del crimen, el hacha mortal ha sido descargada por una
mujer desnuda (se dice que no quiso mancharse las ropas de sangre): elementos
de investigación, rumores incontrolados, fantasías morbosas: todo ello se
mezcla para enturbiar las aguas cada vez más. ¿Quién ha asesinado a los
ancianos y por qué razón? Las hipótesis del robo, la venganza, el delito
pasional, político o cometido por un loco, van descartándose una tras otra.
Pero el suceso ha suscitado demasiado
interés y es obligado encontrar un culpable para arrastrarlo ante el tribunal.
Por ello, y para responder a la terrible acusación, acaba ante los jueces la
hija menor del matrimonio asesinado. Se llama Lizzie Borden, un nombre
destinado a perdurar en los textos de criminología.
¿Pobre joven inocente o monstruo
sanguinario? La mayoría de la gente que sigue el juicio no tiene duda alguna:
Lizzie es pura como un ángel y es impensable que haya podido mancharse con tal
delito. Por otra parte, no existen pruebas y la defensa tiene que esforzarse
demasiado para destruir el frágil castillo de indicios levantado por la
acusación.
De esta forma, la acusada queda
formalmente absuelta entre el júbilo de sus defensores.
Más de un siglo después, el caso
sigue abierto. Tiene todos los elementos de la novela negra clásica: sólo hay que
encontrar la solución.
Los Protagonistas
En 1892, Fall River, en
Massachussetts, es una agradable ciudad de 80.000 habitantes con una sola
industria importante, la fábrica de algodón.
En el número 92 de la calle 2 vive la
familia Borden. El apellido es típicamente local. Se remonta a los primeros
asentamientos de inmigrantes ingleses en el siglo XVIII, y hacia finales del
XIX es el segundo de la ciudad en cuanto a frecuencia.
Andrew Jackson Borden, el padre
El padre, tiene
unos setenta años, cabellos y barba blancos, rostro anguloso, nariz arrogante y
boca fina. De joven fue empresario de pompas fúnebres y sigue vistiendo de
tétrico color negro. Es presidente de la Unión Savings Bank, además de ser
miembro de varios consejos directivos de algunas instituciones financieras y de
empresas de manufacturas. Es también propietario de diversos inmuebles en la
ciudad, entre ellos el impresionante Borden Block, y de algunos terrenos al
otro lado del río Taunton, por un valor de más de un cuarto de millón de
dólares, (lo que significa que era un millonario de aquella época), y
constituye el ejemplo del `perfecto capitalista de finales del siglo XIX,
industrioso, rapaz, puritano y avaro.
Con él vive su esposa Abby, con la
que contrajo matrimonio tras la prematura muerte de su primera esposa, Sara
Morse, ocurrida en 1862.
Abby Borden
Abby tiene poco más de sesenta años y
es una especie de barril ambulante: más de ochenta kilos con una altura
aproximada de metro y medio. Su carácter no es mejor que su aspecto: es
mezquina, cotilla, siempre quejándose y desmesuradamente ansiosa de dinero.
Con esta simpática pareja viven las
dos hijas del primer matrimonio Andrew: Emma Leonora de cuarenta y un años y
Lizzie, la protagonista principal del drama.
Lizzie Borden tiene treinta y un
años, es pequeña, regordeta y plácida, pero con frecuentes crisis histéricas.
Está en posesión de un título de bachillerato elemental, es parroquiana de la
Iglesia Congregacionista Central, colabora en algunas obras pías, como la Unión
Femenina Cristiana para la Templanza y la Misión Flor y Fruto, además de
enseñar catequesis en una clase dominical para jóvenes.
Lizzie Borden
Por último, también vive en la casa
una sirvienta de origen irlandés, Bridget Sullivan, conocida como Maggie.
Maggie tiene veintiséis años: es una personalidad borrosa, temerosa, se la
trata con altanería y se la obliga a realizar los trabajos más humildes a
cambio de un salario mísero.
Bridget Sullivan
El Escenario
La casa de los Borden tiene dos
plantas: en principio fue construida para albergar a dos familias, y ha
conservado en su distribución algunas de sus características de su primitivo
destino
En la planta baja (donde se
encuentran en salón, el cuarto de estar, el comedor y la cocina) se puede
entrar tanto por la puerta principal, que da a un vestíbulo, como por la puerta
lateral, que da a la cocina. Desde el vestíbulo, un tramo de escalera conduce
al primer piso, donde se encuentran tres dormitorios: Los de Lizzie y Emma, más
un dormitorio de invitados. La habitación y el gabinete del matrimonio Borden ,
que se encuentran también en el primer piso, están totalmente separados de la
zona y solo puede llegarse a ellos desde la entrada lateral, gracias a una
escalera secundaria que luego sube hasta el desván, en el que se aloja Maggie.
La casa tiene en la parte posterior
un jardín con algunos árboles frutales y un granero, utilizado como trastero,
con una gran habitación a ras de tierra y un desván.
No es indudablemente una vivienda
digna de una familia acomodada como son los borden. En la casa no hay
electricidad ni agua corriente (salvo en la cocina), y tampoco existe un baño
digno de tal nombre: solo una pequeña toilette en el semisótano.
Casa de los Borden
Esta casa no satisface a las hijas de
Borden, especialmente a la más joven, que no puede refrenar su impaciencia.
Lizzie desearía una casa moderna, con todas las comodidades y también algunos
lujos, como por ejemplo muebles nuevos y quizá un piano que le permitiera
desarrollar cierta vida social.
Pero estas aspiraciones mundanas
chocan con el puritanismo (y sobre todo con la avaricia) del viejo, y son la
causa de muchas de las famosos “crisis histéricas” de Lizzie.
Existen también otros motivos de
tensión. En 1887, Andrew Borden ha recuperado la casa en la que vivía una
hermana de Abby, en la Calle 4, y la ha puesto a nombre de su esposa. Pero la
transacción ha provocado la tormenta en la familia, que papá Borden se ve
obligado a hacer grandes concesiones a sus hijas: una importante asignación
semanal, el regalo de algunos títulos y acciones e incluso la propiedad de otro
apartamento en Ferry Street. Pero la administración de la casa de Ferry Street resulta
pronto demasiado gravosa para las dos mujeres y el viejo Andrew se ve obligado
a “recuperarla” de manos de sus hijas, añadiendo a la lista “otro regalito” en
dinero contante y sonante para terminar definitivamente con el asunto.
Lizzie, la más agresiva de las dos
hermanas, ha logrado un extra: un viaje por Europa que le ha costado un buen
dinero al viejo avaro, pero que ha logrado que la familia recupere su paz
durante algunos meses.
Pero al final Lizzie reaparece, tan
batalladora como antes, y la tensión vuelve a incrementarse.
El Drama
El drama estalla imprevisible en una
tórrida mañana de agosto de 1892, cuando se descubren los cuerpos de Andrew y
de Abby, salvajemente asesinados a hachazos.
Tras algunas dudas, las sospechas de
la policía se centran en Lizzie, que permaneció en la casa, según ella sin
enterarse de nada, durante las dos horas cruciales en que sus padres fueron
asesinados.
La posición de Lizzie, agravada por
una serie de contradicciones, conduce fatalmente a su enjuiciamiento formal por
el doble asesinato. Pero el proceso que se celebra en New Bedford en 1893,
concluye con un veredicto de absolución, en parte por el carácter
circunstancial de las pruebas y en parte a causa de la simpatía general que se
ha despertado por la “infortunada joven”: pocos son los que están dispuestos a creer que una chica
decente, una “lady”, pueda haber cometido tan horrendo crimen.
El “caso Borden” concluye así con una
anulación: pero sólo desde el punto de vista procesal, porque desde entonces
Lizzie ha sido llevada innumerables veces ante un jurado ideal de ensayos,
novelas y evocaciones, con toda una serie de “revelaciones” y soluciones
alternativas que han acabado por convertir al doble crimen de Fall River en un
clásico de la criminología actual.
Veintinueve hachazos
El jueves 4 de agosto de 1892. Andrew
Jackson Borden, de setenta y nueve años, y su esposa Abby, de poco más de
sesenta, son asesinados a hachazos en su casa, en el número 92 de la calle 2.
La noticia provoca enorme estupor en la pequeña ciudad, ya que los Borden son
una familia respetable, en el sentido de que el viejo Andrew, que empezó en su
juventud como empresario de pompas fúnebres, se ha abierto camino invirtiendo
sabiamente su dinero en manufacturas, inmuebles y terrenos, convirtiéndose así
en uno de los personajes ciudadanos.
El día del delito, Andrew había
bajado a desayunar hacia las siete con su esposa (con la que había contraído
segundas nupcias) y con un invitado, John Winnicum Morse, hermano de su primera
esposa, agricultor y vendedor de caballos en Darmouth. No están presentes las
hijas de Andrew: Lizzie, la más joven, está durmiendo todavía, mientras que
Emma, la mayor, ha ido a visitar a una amiga en Fairhaven, a unos veinte
kilómetros de Fall River. Terminado el desayuno, servido por la doncella,
Birgget Sullivan, conocida por Maggie.
John Morse sale por asuntos de
negocios, mientras que los cónyuges Borden prestan su atención a los asuntos
domésticos. A las 9, Lizzie se levanta, y poco después el padre sale para ir al
banco. Regresa hacia las 10:30. En casa sólo está Maggie y Lizzie. Esta última
sale a su encuentro en el rellano de la escalera que da al vestíbulo y le
informa de que su madrastra ha salido “porque ha recibido una nota de una
persona enferma”. Andrew se retira al salón a descansar y también Maggie
aprovecha la pausa en el trabajo, que durará hasta la hora de la comida, para
echarse un sueñecito en su habitación del desván.
A las 11:15 la despiertan los gritos
de Lizzie “Maggie – grita la joven- ¡papá está muerto! Alguien ha entrado y lo
ha matado.” La sirviente corre a buscar al médico de la familia, el doctor
Bowen, que llega pocos minutos más tarde
junto con Adelaide Churchill, una vecina de los Borden, y con Alice
Rusell, una amiga de Lizzie. Poco después llega también un policía que ha sido
avisado por teléfono por otro vecino. El cadáver de Andrew yace tendido sobre
el sofá, en un charco de sangre.
El cuerpo de Andrew Jackson borden
La muerte, según se comprobará más tarde, se
produjo entre las 10:45 y las 11:15 y se ha debido a diez golpes propinados
“con un instrumento cortante”, presumiblemente un hacha”. Ante este horrible
espectáculo, Lizzie permanece sorprendentemente serena: no se deja llevar por
la histeria, no derrama ni una lágrima: se limita a preguntar si pueden
informar inmediatamente a su hermana lo ocurrido por medio de un telegrama.
Sólo entonces alguien pregunta dónde está la esposa del difunto. Lizzie dice
que le ha parecido oírla regresar y Maggie, acompañada por la señora Churchill,
sube al piso de arriba para buscarla. Las dos mujeres se encuentran ante una
escena aún más macabra que la del piso bajo: el cuerpo de Abby borden,
destrozado por diecinueve hachazos, yace en el fondo de la habitación de
invitados, entre la cama y la toilette.
El cuerpo de Abby
El estado de coagulación de la sangre
y la temperatura del cadáver permitirán posteriormente establecer que el
homicidio se ha producido alrededor de las 9:30, es decir, más o menos una hora
antes del asesinato del marido.
Mientras tanto, regresa también el
tío John, que al ver la aglomeración de gente y el vaivén, tiene una reacción
muy curiosa: no entra en casa ni hace preguntas. Se dirige al jardín para
comerse un par de peras, y solo después de ello se decide a cruzar el umbral de
la puerta principal.
Las primeras investigaciones
La primera hipótesis de la policía es
la de que el doble crimen haya sido cometido por alguien que ha penetrado en la
casa con la intensión de robar o vengarse. El viejo Andrew no era, sin duda
alguna, una persona amable, en especial con los campesinos de sus tierras, que
más de una vez se habían rebelado contra su prepotencia y tacañería. En los
últimos meses, además, Borden había denunciado algunos robos: una vez alguien
robó dinero y joyas de su escritorio tras forzarlo; otra vez habían
desaparecido algunos pichones del granero.
La policía toma en cuenta también
otro episodio ocurrido el martes anterior al crimen: los borden habían sufrido
trastornos gástricos y Lizzie había confiado a su amiga Alice Rusell la
preocupación que sentía al pensar que sobre su familia pendía una misteriosa amenaza.
Los investigadores, sin embargo,
descartaron la hipótesis tanto del robo (en la casa no faltaba nada) como de la
venganza (no avalada por ningún enfrentamiento directo). Además, la propia
dinámica del delito hace que resulte muy improbable la intervención de alguien
del exterior: ¿cómo habría podido actuar el asesino sin que nadie le molestase
a pesar de la presencia de Lizzie y la sirvienta? ¿Dónde podía haberse
escondido en el intervalo entre el primer delito y el segundo? ¿Cómo podría
haberse alejado de la casa (indudablemente con las ropas llenas de sangre y con
el arma del delito) sin que nadie le viera?
Plano de la casa y lugar donde se encontraron los cuerpos
La atención de la policía empieza a
centrarse en los habitantes de la casa. El primer sospechoso es el tío John,
cuyo extraño comportamiento al regresar a la casa el día del delito despierta
gran perplejidad. Pero John dispone de una coartada de gran solidez: en el
momento en que el viejo Andrew estaba siendo asesinado se encontraba visitando
a una pareja de sobrinos suyos, Le toca el turno entonces a Lizzie. Cuando es
interrogada sobre sus movimientos entre las 9:30 y las 11:15, la joven
proporciona una primera versión de los hechos. Nada más entregar a su madrastra
la nota de la persona enferma – afirma – se había trasladado a la toilette del semisótano,
donde había permanecido los veinte minutos en que se cometió el primer
asesinato. Al regresar a la planta baja no volvió a ver a su madrastra, peri
sin darle la menor importancia, se había dedicado a recoger y arreglar la casa,
pensando que había salido con prisa sin detenerse a despedirse.
Tras el regreso del padre había ido
al granero a buscar unos plomillos para su caña de pescar y se había quedado
unos veinte minutos en el desván del granero, comiéndose algunas peras. Cuando
finalmente regresó, encontró la puerta principal abierta – habiéndola dejado
cerrada – y a su padre asesinado.
Lizzie es presionada
El testimonio de Lizzie tiene
demasiados puntos oscuros, de muy difícil aceptación. Ante todo la nota: la
joven afirma que la madrastra había salido después de recibir un mensaje en el
que se le pedía que acudiera a la cabecera de un enfermo. Pero la hoja de papel
ha desaparecido y ni siquiera se consigue encontrar al enfermo, a pesar de
publicar un anuncio en los periódicos. Al final Lizzie recuerda por casualidad
que “quizás” la nota haya sido quemada en la estufa del doctor Bowen. El
médico, cuando se le pregunta, admite haber tirado una hoja de papel, pero
excluye terminantemente que se tratara de la famosa nota. Luego está la
posición del cuerpo de Abby. Según el informe de los investigadores, el cadáver
yacía “a la vista” ¿Cómo no se dio cuenta Lizzie de ello cuando se encontraba
en el rellano del primer piso, en el momento del regreso del padre?
Lizzie
Por último, existen algunas incongruencias en los movimientos de Lizzie durante la última media hora antes del descubrimiento de los cadáveres. ¿Por qué fue a buscar los plomillos si hacía más de cinco años que no iba de pesca y en la casa no había ni caña ni sedal? ¿Por qué se había entretenido un cuarto de hora en el desván del granero (un auténtico baño turco) mordisqueando unas peras, cuando una hora antes había rechazado el desayuno y se había limitado a beberse un café, alegando que sentía molestias en el estómago? Y ¿Por qué la policía no encontró huella alguna en el polvoriento suelo del desván?
Por último, existen algunas incongruencias en los movimientos de Lizzie durante la última media hora antes del descubrimiento de los cadáveres. ¿Por qué fue a buscar los plomillos si hacía más de cinco años que no iba de pesca y en la casa no había ni caña ni sedal? ¿Por qué se había entretenido un cuarto de hora en el desván del granero (un auténtico baño turco) mordisqueando unas peras, cuando una hora antes había rechazado el desayuno y se había limitado a beberse un café, alegando que sentía molestias en el estómago? Y ¿Por qué la policía no encontró huella alguna en el polvoriento suelo del desván?
Para complicar más la situación de
Lizzie, declara Eli Bence, dependiente
de la farmacia D.R. Smitch, en South Main Street: el miércoles anterior a la
tragedia, la mujer había intentado comprar ácido prúsico (para exterminar las
polillas, dijo), pero él se negó a vendérselo.
Esta revelación presta nueva
importancia a las molestias estomacales que la familia Borden había padecido
precisamente esos días. Quizás – se empieza a pensar - , Lizzie realizó su
primer intento de envenenar al padre y a la madrastra el martes, fingiendo
padecer náuseas ella también para no levantar sospechas. Luego, el miércoles
intentó comprar el ácido prúsico para rematar su obra, pero ante la negativa
del farmacéutico, decidió cambiar el envenenamiento por un sistema más
drástico.
Hay un hecho a favor de Lizzie: en
sus ropas no se encontró rastro de sangre, a excepción de “una manchita de un
tamaño ligeramente superior a una cabeza de alfiler·, según reza el informe
policial.
No obstante, veintinueve hachazos no
son un “modus operandi” que permita al asesino mantener sus ropas inmaculadas.
En teoría, Lizzie podía haberse cambiado de ropa nada más cometer los delitos,
pero los investigadores no encontraron ninguna prenda con manchas sospechosas
en toda la casa. ¿Quizás cometió el crimen vistiendo un impermeable y un gorro
de baño? ¿O había empleado como delantal la chaqueta del padre que se encontró
empapada de sangre sobre el brazo del sillón y no colgada en el perchero? ¿O
incluso - hipótesis que hizo temblar de morbosidad a las beatas de Fall River –
había llevado a cabo el asesinato totalmente desnuda? Son preguntas sin
respuestas destinadas a permanecer así incluso después del juicio.
(Continuará)
Fuentes de Datos:
“Lizzie Borden cogió un hacha” – “Los
Grandes Enigmas de la Historia” – Editorial Planeta